«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘No matarás’, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano ‘imbécil’, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama ‘renegado’, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto”». Mateo 5, 20-26
Al pan, pan y al vino, vino. Si queremos reflejar en nuestra vida con claridad la vida de Cristo no nos podemos conformar con ser cristianos mediocres, tristes, portadores de cargas con las que nosotros no podemos. El falso cristiano —moralista por naturaleza— que aparenta cumplir la ley y la impone, cual dictador iluminado, es un escándalo para el mundo agnóstico de hoy. Evangelizar es mostrar a Jesucristo vivo, con la misma esencia con la que se manifestó físicamente hace más de dos mil años. Hoy en día hay muchos cristianos que piensan en su interior que vivir como Jesucristo es utópico y por eso —como los fariseos— viven una vida doble: “Dicen pero no hacen”.
Tantas veces nos encontramos yendo a celebrar la Eucaristía e intentando hacer alguna que otra obra de misericordia por un lado y por el otro no nos hablamos con un hermano, estamos en juicios contra alguna persona o juzgamos en nuestro corazón diariamente, murmuramos e insultamos a todo aquel que no piensa como nosotros. ¡Qué hipocresía! ¿Qué luz irradiamos? ¿No es más bien oscuridad que surge de nuestra soledad profunda? Por eso esta Palabra viene con poder en esta Cuaresma.
Al inicio de este tiempo, el Génesis nos hizo ver en el relato de Adán y Eva que el problema del hombre se basa en su soberbia y en su incredulidad. “Querer ser” y “no creer que Jesucristo tiene poder de liberarnos” son el origen de nuestra oscuridad, del pecado, de la incapacidad de amar. Cristo es amor por los “cuatro costados”; es donación, misericordia, justificación, en definitiva, ¡es vida!
Eso es la Pascua: Vida a borbotones que riega todo lo que hay alrededor. Por eso esta Palabra te pone ante tu realidad de hipócrita, de soberbio. Espero que te ayude a descubrir —como aquel ladrón que experimentaba con Jesucristo el martirio de la cruz— de qué pasta estás hecho, pero al mismo tiempo creer que tienes a tu lado a Aquel que tiene poder de sentarte a su lado en la verdadera Vida.
Jesucristo es amor y unidad. Si esto no se da en nuestro día a día salgamos a comprarlo: con limosna, con oración, con ayuno. No sea que cuando venga el novio nuestras alcuzas se encuentren vacías de buenas obras y llenas de moralismos, y nos quedemos fuera, en las tinieblas.
Ángel Pérez Martín