«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad”». (Mt 16,24-28)
El misterio de la cruz es el talismán precioso de los cristianos. Es el misterio escondido que a los paganos no ha sido revelado. El misterio de la cruz ha sido revelado a los pequeños, a los cristianos. La cruz gloriosa es el secreto profundo de los cristianos. La cruz, que es precisamente lo que el mundo rechaza, aquello de lo que todo el mundo huye. La cruz es una forma de hablar, una palabra que significa lo que el mundo detesta, lo que todo el mundo odia, lo que nadie quiere. La cruz es el signo del sufrimiento, es todo aquello que nos destruye y nos hace sufrir. La cruz es el mal, es la muerte. El mundo entero huye de la cruz porque es el símbolo de la muerte, de lo que nos limita. Hay una expresión muy popular que dice: “¡Ay, qué cruz!”, refiriéndose a todo acontecimiento que nos contraría, que nos hace sufrir, que nos aparta de la felicidad según nosotros la entendemos. La cruz es el signo, el símbolo de lo que nos destruye y nos limita. La cruz es lo que la gente no quiere para nada. Es precisamente lo que hace blasfemar al mundo y decir: ¿Cómo es posible que Dios sea bueno y permite que mi marido tenga cáncer siendo joven y me va a dejar sola con cinco hijos? ¿Cómo es posible que Dios permita que mi hijo haya nacido cojo o ciego? ¿Cómo es posible que Dios sea bueno y permita que yo esté en paro?, etc.
La cruz, dice san Pablo, es escándalo de los judíos y una estupidez para los griegos, para los inteligentes. La cruz es exactamente aquello que nos hace negar a Dios, que nos hace blasfemar contra Dios. Pues bien, Jesucristo, es el único hombre que ha aceptado la cruz sin negar a Dios. Allí donde ningún hombre se ha metido, allí donde todos hemos escapado, Él se ha metido: en la cruz. Esta cruz que al mundo lo destruía, Él la ha levantado y la ha hecho gloriosa. Ha demostrado que precisamente la cruz es el camino que Dios ha elegido para salvar a los hombres. Por eso dice Jesús: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 8, 27), y mirando a los que le seguían, afirma: “El que no tome su cruz y me siga, no puede ser discípulo mío (Lc 14,27)”.
¿Qué quiere decir aceptar la cruz? Aceptar que esta cruz es el camino que Dios ha puesto para llevarte a Él. Porque la cruz es precisamente lo que nos coloca frente a nuestra realidad. La cruz es lo que nos enseña, nos ayuda a trascendernos, a salir de nosotros mismos.
En el cristianismo existe la fuerte convicción de que la cruz está plantada en el centro del evangelio. Toda la vida de Cristo tiende hacia la cruz, y el discípulo de Jesús debe recibirla en su vida (Mt 16, 24; Mc 10, 32-34; Lc 12, 50). Anunciar hoy la salvación es anunciar la cruz gloriosa de Cristo, ayudar a los hombres a tomar conciencia de su propia realidad existencial de límite, de alienación, infelicidad, incapacidad para dar por sí solos un sentido a sus vidas, y anunciar, a partir de esta realidad, la victoria que solo Cristo ha conseguido con su cruz.
El egoísmo es la causa de toda infelicidad humana. Anunciar la salvación en “Cristo crucificado” (1ª Cor 1, 23) quiere decir proclamar la posibilidad de una vida nueva y distinta y que la gloria de Dios se manifiesta en el Siervo doliente que muere amando al enemigo (Is 42 1-7; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13-53,12). La cruz de Cristo revela a todo hombre, muerto por una vida de egoísmo, que está matando también a los demás. Aceptar la cruz es aceptar esa actitud de Jesús Siervo como la única verdad, porque no hay filosofía, ni política, ni ciencia en que pueda salvarse la humanidad. Viviendo esta actitud de Cristo, la comunidad se convierte para el mundo en signo del amor de Dios y proclama que el amor está siempre marcado por la cruz y que solo en la cruz de Cristo se ama auténticamente y es posible entrar en la propia historia con verdad y libertad.
A la luz de la cruz se ilumina el sentido profundo de nuestras cruces personales de cada día. Desde la cruz personal descubrimos la cruz de Cristo como salvación, y desde esta se ilumina la propia cruz. ¿Cómo descubrir que la cruz no mata sino que es fuente de vida? ¿Cómo descubrir que la cruz no es fracaso sino un signo de victoria? ¿Cómo descubrir que la cruz no es ignominia sino gloria? Viendo en la cruz el signo supremo del amor de Dios al hombre. Es en la cruz donde Dios ha manifestado históricamente y realmente el amor de Dios al hombre. No solo en enviarnos a su propio Hijo, sino dándonoslo Crucificado.
Cuando el fiel cristiano descubre que precisamente en su cruz concreta con la que va cargado Dios le está manifestando su amor, aquella cruz se torna gloriosa y radiante. Ahí va naciendo el hombre nuevo que empieza a vivir de la voluntad de Dios, sin rebelarse, sin poner a Dios a prueba. En la cruz de Jesucristo se hace acontecimiento histórico la compasión del Padre y su dolor por el pecado del hombre. Y en la cruz de cada uno se hace acontecimiento real el amor del Padre y su corazón de misericordia para nuestros pecados. Difícilmente se puede seguir a Jesucristo si no se tiene la cruz iluminada y se convierte en un foco de luz para la interpretación y aceptación gozosa de la propia historia. Solo tenemos garantía de que caminamos tras las huellas del Señor crucificado cuando, como Él, entramos en la cruz, sin huir de ella. ¿Cuál es tu cruz, hoy? Abrázala, carga con ella y experimentarás la dulzura del amor de Dios en tu vida.
Juan José Calles
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Son tantas cruces de mi vida existencial que se me hace difícil saber en concreto cuál es mi verdadera cruz, la que vendrá a iluminar el sentido de mi vida. Entender el plan de Mi Señor en mi vida como verdadero hijo suyo. Pido sus oraciones para ser iluminado por Él Espíritu del Señor.