El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”. Y recordaron sus palabras. Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María la de Santiago. También las demás que estaban con ellas, contaban esto mismo a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos. Y volvió a su casa, admirándose de lo sucedido (San Lucas 24, 1-12).
COMENTARIO
La resurrección de Jesucristo es el fundamento de cuanto creemos, pues, como dice San Pablo, de no haber sucedido, vana sería nuestra fe y seríamos los más desgraciados de los hombres. Este acontecimiento crucial es tan asombroso que hasta a los discípulos cuesta creérselo y tienen que ser las mujeres las primeras en tener conocimiento de tal maravilla y aceptarla con sencillez y gran alegría.
Gracias al hecho de la resurrección nuestra carne mortal tiene acceso a la vida eterna. Esto significa que, por fin, podremos gozar en plenitud de la infinita felicidad a la que todos aspiramos y que resulta imposible conseguir mientras estamos en esta vida terrenal.
El amor sin límites de Dios por todos los hombres, sin excepción, puesto que él los ha creado, ha sido manifestado en la encarnación de su único hijo, Jesucristo. Gracias a él, ha sido posible que a todos se nos abran las puertas del cielo y, eso, para siempre, pero sin violentar nuestra voluntad; lo que significa que cada uno en particular, enfangado en su orgullo, puede negarse a admitir este regalo. Sólo Dios sabe si la salvación, es decir la eterna felicidad, será o no aceptada por todos.
A los cristianos nos corresponde vivir anclados en la resurrección de Jesucristo, manifestando el deseo de seguir sus pasos con un amor sin fisuras a TODOS nuestros hermanos, evitando cualquier tipo de disensiones, envidias, rencores, maledicencias y otras muchas formas de ofenderlos hipócritamente, sobre todo, criticándo a sus espaldas. Naturalmente, todo con la ayuda del Señor y nada apoyado exclusivamente en nuestras fuerzas.