En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino». (Mt. 16, 24-28)
Cuando las cámaras de televisión de todo el mundo tienen sus objetivos apuntando la llama que propone como meta de la vida el lema “citius, altius, fortius”, (Más rápido, más alto, más fuerte) y plantea como modelo de hombre al que quiere subir a lo más alto del pódium; la liturgia de hoy, de forma menos mediática, cambiando la antorcha olímpica por la luz de una pequeña candela, anuncia la “Buena Noticia”, no de un nuevo record o una medalla de oro, sino del triunfo de un “fracasado” que ha cambiado el laurel por una corona de espinas y el pedestal de la celebridad por el patíbulo de la cruz. No es nada nuevo. Séneca recomendaba como una virtud: “afírmate”. Es lo que hoy te diría cualquier psicólogo: necesitas “autorrealizarte”; necesitas “tu espacio”… en definitiva, vive para ti.
Ingredientes: Individualismo, competitividad, egolatría, acompañado de unas gotas de narcisismo y algo más de hedonismo: Resultado: el otro no es mi prójimo, es mi rival. ¿Quién se atreve hoy día a hacer la propuesta del Evangelio? Va contra la naturaleza humana y es un atentado contra la libertad individual. A lo más, para sedar la conciencia, participar en una ONG, a ser posible subvencionada, apadrinar a un niño, ponerte un lazo (los hay ya de todos los colores), pero… ¿Negarse a uno mismo? ¿Perder la vida? Eso es fundamentalismo y fanatismo religioso.
Papa Francisco, a sus ochenta y tantos años, dejándose la vida, (o al menos alguna magulladura en la rodilla) propone a la juventud, narcotizada por las nuevas tecnologías, las redes sociales, y alguna que otra “sustancia”, que lo más que están dispuestos a seguir son las indicaciones de un móvil a la caza del “pokemon”; que menos sofá y más zapatillas. Y sobre todo algo que hoy no se escucha y, mucho menos, se esboza: “Memoria y coraje”.
Un par de días antes, otro sacerdote octogenario, (podía estar jubilado, pero no) perdía literalmente su vida en una pequeña capilla, degollado en nombre de un “dios” (que no existe; Alá y el islam son otra cosa), que pide sacrificarse, pero sembrando miedo y terror. Esto de la “inmolación”no tiene nada que ver con el “negarse” o “perder la vida” que proclamamos hoy como “Buena Noticia”. No es exigencia. Es amor, y no cabe amor sin renuncia.
En los cursos prematrimoniales de la parroquia participa un matrimonio (creo que están a punto de celebrar las “bodas de oro”) y una de las cosas que suelen repetir a los aspirantes a matrimonio es: “Yo no he renunciado a nada, he elegido vivir con una persona”. Y los que les conocemos sabemos que, en realidad, han renunciado y siguen renunciando a un sinfín de cosas, pero lo viven con libertad y apoyados en el Señor. Quien sigue a Jesucristo descubre que quién inventó la libertad del hombre, jamás la forzará.
Decía Benedicto XVI en la homilía de inicio de su pontificado: “¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad?… ¡No! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén.” (Benedicto XVI – Homilía Inicio de Pontificado, Abril 2005)
“Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos.” (Jn. 15, 13). El que más ha amado es Jesucristo; lo ha hecho libremente: “Doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente” (Jn. 10, 17-18) Él sí ha renunciado a su condición divina, pasando por uno de tantos, tomando la condición de siervo, y aceptando la muerte en la Cruz. Por eso el Padre le concedió el “Nombre-Sobre-Todo-Nombre”. (Cf. Ef. 2, 6-11). Y no hay podio más alto dónde se pueda subir, ni record que lo pueda superar.