En la segunda carta de san Pablo a Corintios leemos una frase que resulta cuando menos enigmática: «Al que no conocía el pecado, [Dios] lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (5,21). Inmediatamente podemos preguntarnos: ¿cómo es posible que Dios haga pecado a Cristo? ¿Qué quiere decir en realidad el Apóstol con esa expresión?
En el repaso a los diferentes métodos de interpretación o acercamientos al texto bíblico que hacía la Pontificia Comisión Bíblica, en el documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993) figuraba el recurso a las tradiciones judías de interpretación. Dado que, como afirma este documento, «el judaísmo ha sido también el medio de origen del Nuevo Testamento y de la Iglesia naciente» (IC2), un vistazo al sistema sacrificial del Templo de Jerusalén quizá nos ayude a clarificar la expresión paulina.
Y, en efecto, dentro de las diversas clases de sacrificios que tenían lugar en el Templo (de comunión, expiación, holocaustos, etc.) encontramos uno llamado hatta’t. Esta palabra se traduce habitualmente como «pecado», haciendo referencia a determinadas faltas o profanaciones (sobre todo hechas por ignorancia o inadvertidamente), y designa el pecado objetivo contra Dios o contra las personas. En todo caso, hatta’t indicaba en la época de san Pablo tanto el pecado como el sacrificio de expiación que se realizaba por ese pecado.
Así, la frase paulina se vuelve transparente: «Al que no conocía el pecado, [Dios] lo hizo sacrificio de expiación por el pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él». O sea, Cristo es el sacrificio mediante el cual se expía el pecado humano y los hombres podemos ser salvados (ya que, en terminología de san Pablo, «justicia de Dios» equivale a «salvación»).