«En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”. Él les dijo: “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!”. Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma. Ellos se preguntaban admirados: “¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”». (Mt 8,23-27)
La Palabra de Dios es fuente de vida para nosotros hoy. Y este evangelio de San Mateo, que narra la tormenta que vivieron los discípulos de Jesús mientras él descansaba, es una verdadera catequesis para
nuestro tiempo. La barca, siempre imagen de la Iglesia, nos acoge pero no impide nuestros miedos y sufrimientos, nuestra cruz. Estos días, por ejemplo, nos conmueve la serie de atentados terroristas que ha salpicado y llenado de sangre y muerte diversos países; también la incertidumbre de la situación socioeconómica griega, que atenaza a sus ciudadanos y extiende el fantasma de la crisis por toda la Unión Europea; el eco cada día de catástrofes naturales o provocadas en tantos lugares del planeta; o los movimientos desesperados de emigrantes que llegan en pateras a Europa en busca de nuevas
vías para sus dramáticas situaciones… Pero las malas noticias no suceden solo en tierras lejanas: en nuestro entorno, problemas personales
, en nuestras familias o en conocidos, también provocan miedo: el desempleo, los conflictos en el seno
de las familias, los desahucios, la ruptura de un matrimonio, la soledad, la emigración de tantos jóvenes a otros países… Tantas noticias que se divulgan por unos medios de comunicación que influyen en la creación de un estado de opinión de tipo pavoroso.
San Mateo se dirigía a las primitivas comunidades, en buena parte integradas por judíos conversos que se sentían desesperanzados, como un barco a punto de hundirse. Los discípulos, muchos de ellos pescadores, sin duda estaban habituados a las tormentas, al fuerte oleaje… Pero en esta ocasión aparecen llenos de pánico; por ello se acercaron a Jesús y le despertaron, clamando: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos”. Jesús, de forma contundente, les dice “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!”.
¿No nos vemos retratados nosotros en ese miedo? ¡Tantas veces nos sentimos con el agua que nos llega al cuello y nos vemos a punto de perecer! Incluso los creyentes nos escandalizamos del sufrimiento e increpamos a Dios y decidimos abandonar la barca de la Iglesia. Los cristianos no tenemos un seguro” contra el sufrimiento; es más, frecuentemente experimentamos el amor de Dios a través de fuertes padecimientos.
Relata el evangelista que Jesús se puso en pie e “…increpó a los vientos, y vino una gran calma” .Y los discípulos se preguntaban: “¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” La fe nos dice, y es algo que yo mismo he experimentado, que Cristo está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, nos acompaña… Cristo resucitado es la garantía para que podamos caminar en las aguas de todas las tormentas que frecuentemente nos asolan.
En este relato, los discípulos se sienten a punto de perecer. El episodio transcurre en el lago de Galilea, cercano a altas montañas. Cuando el viento sopla fuerte sobre el lago produce tormentas que agitan el mar y los barcos se llenan de agua. Los discípulos eran pescadores experimentados, por lo que si ellos creen que están a punto de hundirse es porque había un grave peligro. Sin embargo, Jesús parece estar al margen del peligro y duerme… Hasta que se sienten desesperados y le gritan pidiendo ayuda. Otra enseñanza para nosotros: la necesidad de confiar en Dios y en la fuerza de la oración. Ante cualquier situación en la que sentimos que nos hundimos, que perecemos, estamos invitados a clamar con confianza. A Vivir en clave de oración.
El evangelista recoge en este párrafo momentos de la Historia de la Salvación. Uno de ellos el éxodo, cuando la multitud atravesó sin miedo las aguas del mar Rojo (Ex. 14,22). También recuerda al profeta Isaías, que decía al pueblo: “Cuando atravieses las aguas, ¡yo estaré contigo!” (Is. 43,2). Y también la profecía del Salmo 107: “Los que viajaron en barco por el mar, / para
traficar por las aguas inmensas, / contemplaron las obras del Señor, /sus maravillas en el océano profundo./
Con su palabra desató un vendaval, que encrespaba las olas del océano…/
…se sentían desfallecer por el mareo, /se tambaleaban dando tumbos como ebrios, /
y su pericia no les valía de nada. /Pero en la angustia invocaron al Señor, /
y él los libró de sus tribulaciones:/cambió el huracán en una brisa suave /y se aplacaron las olas del mar; /entonces se alegraron de aquella calma, /y el Señor los condujo al puerto deseado”. (Sal 107,23-30)
“¿Quién es este?”, se preguntaban los discípulos. Y es también la pregunta que hemos de formularnos: ¿Quién es Jesús para
mí, para nosotros? Y aquí no basta con dar respuestas teóricas, sino buscar al Cristo que hemos experimentado, conocido en nuestra vida. Si en algún momento
nos hemos encontrado, de verdad, con el rostro lleno de amor de Cristo, esa experiencia es una verdadera alianza en nuestra vida, que nos debe ayudar a caminar siempre con nuestros ojos y nuestro corazón puestos
en Él.
Con Cristo no perecemos, no nos hundimos, podemos caminar por encima de las aguas del sufrimiento que cada día amenazan nuestra vida o la de que quienes nos rodean. Este evangelio nos pregunta: ¿Qué nos da miedo? ¿Qué situaciones nos hacen sentirnos a punto de hundirnos? ¿Qué olas nos hacen pensar que nos ahogamos? San Mateo transmite la esperanza y nos invita a no tener miedo, pues Cristo está con nosotros.
Juan Sánchez Sánchez