«Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”». (Lc 2,22-32)
También es la fiesta de “La Candelaria”. Y la Iglesia nos anima a pedir al Señor que incline nuestro corazón a sus preceptos, mostrándonos, en sus leyes, el camino de la Sabiduría y de la Vida (Sal 119; Dt 5, 32-33). Este es, creo yo, el corazón del Evangelio de hoy: el cumplimiento de la voluntad de Dios, expresada en la ley.
Esta Ley siempre ha estado presidida por el Amor: Dios no manda nada, si no es por el gran Amor con que nos ha amado, tanto en la antigua Ley de Moisés, como en la nueva de Jesucristo.
Por otro lado —y esto está íntimamente relacionado con nuestra vida del día a día— conocer y amar la voluntad de Dios en la verdad, sin confundirla con la nuestra, es la raíz de la vida, es el alimento verdadero; el mismo Señor lo dijo de sí mismo: “Mi alimento verdadero es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34). Ahora bien, se precisa tener el corazón bien iluminado, con una buena luz prendida en la candela, no escondida bajo el celemín, para conocer qué quiere Dios.
Dios lo preside todo y lo endereza todo al bien de quienes ama, siguiendo una lógica que muchas veces choca con la nuestra. Su designio o “ésah”, se mueve en unos parámetros y criterios que distan de los nuestros como el cielo de la tierra, pero que han hecho santo a los santos. ¿Qué es, al fin y al cabo, la santidad, sino cumplir toda justicia, como Jesús le dijo al Bautista?
“Sed santos como yo soy santo” (Lv 11,44) estriba en entrar en el torrente vital del Amor de Dios y existir conformado la vida cotidiana a este Amor, sin condición alguna. También Jesús de Nazaret fue “Santo e Hijo de Dios” (Lc 1,35) y “nacido, en la plenitud de los tiempos, de una mujer y sometido a la Ley” (Ga 4,4). Y nació bajo este signo con el fin de librarnos de la Ley a cuantos vivimos bajo su peso.
La Ley es santa y buena, lo mismo que el precepto (Rm 7,12), pero impotente en orden a la salvación si se la desvincula del Amor y de la Fe. Dicho de otra manera: para comprender y aceptar el Amor de Dios en los acontecimientos de la vida necesitamos pasarlos por la Fe y el Amor, que me dicen que los mandamientos son buenos porque me marcan el sendero que conduce a la vida y me advierten de los peligros de la vida: el letrero o cartel puede gustar más o menos pero mucho más puede servir en la ruta que hemos de recorrer.
Pero, claro está, además de letreros necesitamos luz que los ilumine, como en nuestras autopistas; necesitamos la Luz, elevada sobre el candelero. Ciertamente la fiesta de hoy es oportunísima para nuestra vida. Juan nos ha enseñado que Cristo Jesús es la Luz (Jn 8,12) y que es también la Palabra en la que estaba la vida, siendo esta vida la Luz de los hombres; otra cosa es que no la recibamos, a pesar de necesitarla como el barco al faro levantado en la roca de la costa. Sería conveniente leer meditativamente hoy el Prólogo del Evangelio de Juan.
Hoy es “La Candelaria”: Virgen de las Candelas. Celebrar a María, Estrella matutina, es la mejor y más gozosa forma de celebrar que Jesús es hoy presentado en el templo como Luz y Verdad de todo hombre y de la entera historia. María tiene un corazón iluminado sin sombra de tiniebla, porque cumple en todo lo que Dios —el Yahvéh de la Alianza— ha dispuesto en la Ley: Lucas lo repite varias veces en este pasaje (Lc, 2,22. 23. 24. 27. 39). Y lo hace de una manera maravillosa, tan propia de este evangelista médico: quedan así al descubierto las intenciones de nuestros deseos más escondidos (2,35) y se nos da la posibilidad de conocer y experimentar que si bien la Ley nos vino por Moisés, la gracia y la Verdad nos llegan de Jesucristo, hijo de María. ¡Y pensar que también es madre nuestra…!
Quiera Dios que todos lo amaneceres despunten en nuestra vida concreta y diaria con la Luz que Ella nos trae en su Candela. Quiéralo Dios.
César Allende