«En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Desde los días de Juan, el Bautista, hasta ahora se hace violencia contra el reino de Dios, y gente violenta quiere arrebatárselo. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo. El que tenga oídos que escuche”». (Mt 11,11-15)
En medio del Adviento la Iglesia no puede dejar de mirar al Bautista para aprender de Él a ser el Precursor, la antesala del que salva. Todo evangelizador encarna su figura —de la cual dice la Escritura “Dichosos los pies de los mensajeros que recorren la tierra anunciando la paz”— evangelizando. Sin embargo, el que predica ha de desaparecer para que sea Cristo quien crezca en el que escucha. Y esto lo cumple Juan a la perfección, sabiéndose indigno de desabrocharle las correas de las sandalias.
Cristo es el importante, y no quien le precede. Por esa razón, Juan es el más grande de entre los nacidos en el Antiguo Testamento y el más pequeño de los nacidos en el Nuevo. Juan se encuentra en el vértice entre lo antiguo y lo nuevo; el más grande porque reconoce y anuncia al que había de venir, y el más pequeño una vez que Cristo acontece, encarnándose en el que lo acoge.
¡Ay de los que desean violentar el Reino en su favor, arrebatándolo a su dueño! ¡Ay del evangelizador que quiere ser el centro, seguir creciendo a costa de Él! Ni creerá ni dejará creer.
El que tenga oídos que escuche.
Enrique Solana de Quesada