«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “»Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»». (Mt 28,16-20)
Celebramos en este domingo la Ascensión de Jesús y la Iglesia incluye entre las lecturas de este día la conclusión del evangelio de San Mateo, un texto breve pero denso y muy importante.
También San Mateo (10, 5-14) había descrito cómo debía ser la misión de los doce: les exhortaba a marchar a las “ovejas perdidas” de Israel, en lugar de a regiones paganas o de samaritanos, y a proclamar que “el Reino de los Cielos está cerca”. Ahora, las últimas palabras de Cristo en la tierra renuevan el mandato esencial de los cristianos: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”.
Todos los hombres están llamados a la salvación, a conocer la Buena Noticia del Amor de Dios. Y esa es la tarea fundamental del pueblo de Dios: evangelizar. Y esta es nuestra misión, la de todos los miembros de la Iglesia, que se renueva especialmente en este tiempo Pascual que estamos celebrando: Cristo ha resucitado y los cristianos vivimos de los frutos de esa resurrección.
San Mateo nos recuerda también que para hacer nuevos discípulos la puerta es el bautismo, que nos hace hijos adoptivos de Dios y miembros de la Iglesia. Un bautismo que, en nuestro tiempo, bien se haga de pequeño o en la edad juvenil o adulta, es el inicio de nuestro camino como cristianos pero que es preciso profundizar. Los primeros cristianos tenían normalmente un catecumenado previo al bautismo; tras el Concilio Vaticano II fue redescubierta la necesidad de este catecumenado que, como dijo el Papa Pablo VI, puede ser previo o posterior al bautismo. Muchas diócesis españolas intentan para el conjunto de sus fieles ofrecer una catequesis de tipo catecumenal o incluso un camino de fe que esté claramente inspirado en la metodología catecumenal, como es el Camino Neocatecumenal. Pero siempre debemos tener en cuenta que todas las personas están llamadas a la salvación, por lo que es preciso evangelizar a quienes hoy no están en la Iglesia, a quienes no conocen el Amor de Dios o abandonaron la barca de la Iglesia por distintas razones.
Por eso es verdaderamente crucial predicar: el Kerigma, la Buena Noticia del Amor de Dios ha de resonar en cualquier lugar y no solo en los templos. Esta es la razón de que San Juan Pablo II o nuestro actual Papa Francisco nos hayan insistido en salir a la calle para evangelizar, a las periferias, a quienes sufren cualquier tipo de soledad, de enfermedad, de cansancio, de hastío… Lo decía también el evangelista Mateo en el capítulo 10: entra en nuestra misión curar a los enfermos, resucitar a los muertos, expulsar demonios… En definitiva, dar gratis lo que también hemos recibido gratuitamente.
Esta lectura nos deja una promesa esencial: Cristo estará con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Esta es la clave de nuestra fe: saber que Cristo vive entre nosotros. Recuerdo una experiencia, como muchos hermanos sin duda también habrán vivido algo similar: anunciando a Cristo por las casas de mi parroquia una persona se sorprendía cuando yo le afirmaba que Cristo está vivo y yo había experimentado en mi vida ese profundo amor de Cristo, que Cristo está enamorado de nosotros. No podía creerlo, a lo sumo aceptaba que Cristo hubiese sido un personaje histórico fundamental, pero ¿vivir hoy? Y sin embargo, esta es la grandeza de nuestra fe: Cristo vive, está resucitado y nos acompaña siempre en nuestro caminar, nos ayuda a llevar nuestra cruz, nuestro sufrimiento.
Y esta es, por tanto, nuestra misión de cristianos: haced presente a esta generación, cada uno en nuestro ambiente, que Dios sale a nuestro encuentro y quiere regalarnos la felicidad, la Vida Eterna incluso en nuestra vida terrena.
Juan Sánchez Sánchez