Crisis antropológica y crisis litúrgica van de la mano. Los errores litúrgicos y el sentido común no son compatibles. Inventar en liturgia es demasiadas veces un hobby por el que se pagan altos precios. Es curiosa la pertinacia en el hecho de que aquellos que poseen alguna autoridad en la Iglesia hagan de ello una actividad indebida, lo cual es ciertamente grave y, acaso, una cuestión que siempre queda pendiente. En mi opinión esto sucede porque se cae en la tentación de inaugurar errática y repetidamente esa postura conducente a la autoatribución de la falsa autoridad. Esta forma de proceder es, desde luego, verdaderamente idiota, es decir, que aunque es mantenida en su patrón general por muchos individuos, finalmente es ultimada de forma bien particular: no olvidemos que idiota procede del griego ἰδιώτης (idiōtēs) y este, a su vez, del término ἴδιος (idios), que indica aquello que es absolutamente propio de un sujeto, como una propiedad particular del individuo que le hace distinguirse de los demás.
Estos casos peculiares no son únicos en la historia de la Iglesia, y la idiosincrasia de los mismos, como hemos dicho, se ajusta a la curiosa querencia que pretende hacer pasar las elucubraciones del propio magín por algo similar a la norma eclesiástica. Esta querencia es a mi juicio demoníaca. Así, nos encontramos con la cuestión según la cual algunas parroquias bien podrían cambiar su nombre por el de “Rancho del padre X” o, por poner algún otro ejemplo, topamos con esas misas dominicales que, una y otra vez, aspiran a ser algo semejante a un estreno mundial irrepetible, con sesión de pase único. En estas semanas, llenas de celebraciones de primeras comuniones, esto se observa claramente: parece que no hay dos iguales, tan ocurrentes son ciertos párrocos y catequistas. Es como si se abriera la veda de la ñoñería y el simulacro litúrgico bajo la cláusula: la imaginación al poder.
Esta cuestión habrá de resolverse, y lo espero sinceramente. Es cierto que esta actitud ha adquirido también un rango verdaderamente corporativo, de modo que hay realidades eclesiales en las que todo juntos, en comandita y al alimón, acuden al consenso para lograr la cuadratura del círculo y diseñar una paraliturgia católica de uso común dentro de la corporación (liturgia ad usum privatum, podría decirse). En esos ámbitos, y al amparo de un uso indebido de la autoridad, surge un ambiente muy fúngico en el que brotan desviaciones docentes: el dogma católico no llega debidamente a los fieles. No apelo aquí a la dilucidación de si hay herejía material o formal, dado que la idiocia asegura tal multitud de casos que el análisis resultaría arduo. Esta es una cuestión difícil de exponer. Sin embargo, hay que anotar los siguientes patrones, que actúan a modo de denominador común. Veámoslos.
asamblea horizontal
Pesa mucho la transmisión de una antropología que realiza escarceos protestantes. Es lo que yo denomino una vivencia personal imbuida de hamartiocentrismo protestante, netamente pesimista y separada de la apreciación humanista católica. Como es sabido, esto tiene hondas connotaciones morales alejadas de la enseñanza ética católica, dado que se vive en una situación espiritual que, de facto, asume con agrado lo contenido en el axioma luterano simul iustus et peccator.
El tono del discurso incluye, explícita y/o implícitamente, una evidente asunción de la tan errada postura consistente en sostener la total corrupción de la naturaleza humana, de modo que el trinomio razón-voluntad-sensibilidad queda seriamente afectado en su verdad, empañando la sensata enseñanza contenida en el axioma “homo imago Dei (est)”. Una nota de especificidad de este modo de pensar consiste en transmitir una enseñanza y una visión antropológica no verdadera, en tanto en cuanto se tiende a hacer del pecado un protagonista injustificado. De este modo se ofusca la recta y adecuada comprensión de varias cosas: de la realidad postlapsaria del hombre, de la gracia (pues si, como dicen, “todo es gracia”, entonces nada lo sería, como afirmaba el cardenal Georges Cottier); de la racionalidad (incurriendo así en el fideísmo abiertamente opuesto a la razón humana y la naturaleza racional del culto cristiano —la logiké latreia de Rm 12, 1ss. — que va a la par de la fides y no en su contra); de qué sea el fomes peccati y, en fin, de un largo etcétera.
Otra nota errónea es el hecho de remarcar en demasía el carácter asambleario de la celebración eucarística, donde se ofrece una hipertrofia de la comunidad hasta el punto de hacerse notable un horizontalismo eclesiológico fuera de lugar.
Esto es muy importante, pues a partir de la hipertrofia asamblearia surge la fuente a partir de la cual brota un sentir implícito que traduce los cambios litúrgicos no permitidos (pero sí cometidos) en algo que la asamblea se otorga a sí misma a partir más del consenso de sus miembros que de la adecuación a la norma litúrgica de la Iglesia.
desviaciones del Misal Romano
Y aquí alguien se puede preguntar: ¿cómo van a ser las adaptaciones litúrgicas fruto del consenso? La respuesta, aunque no es evidente, quedará bien clara si razonamos adecuadamente: una vez aceptada la razón según la cual el pueblo fiel es protagonista de la acción litúrgica, da comienzo la aceptación de que la adhesión consensuada es lícita en el sentido de que los cambios litúrgicos se tienen por perfectos bajo el criterio subjetivo de que “así se ayuda a la gente” o de que “así las celebraciones llegan a ser más cercanas y atrayentes”. Esto conduce sin remedio a establecer el terrible criterio: lo que el sujeto dentro del grupo considera que es de su ayuda —a él mismo y al grupo—, eso mismo será “bueno”, aunque no se ajuste, por ejemplo, al Misal Romano e, incluso, aunque suponga una notable contradicción del mismo. Así, este extraño consenso establece un término de juicio a partir de la experiencia subjetiva que conduce, clarísimamente, a la nefasta instrumentalización de la liturgia.
El excesivo verbalismo en el transcurso de las celebraciones. Este fenómeno se observa especialmente en la celebración eucarística, y es propio de la instrumentalización de la liturgia que acabamos de mencionar. A veces hay moniciones que son más largas que la propia lectura a la que preceden, o que se dedican a explicar en una aburrida paráfrasis lo que la lectura de la Palabra de Dios nos va a decir a continuación. Esta variedad de “moniciones con spoiler”, además de ser aburridos sucedáneos, parecen estar tomándonos por bobos. Del mismo modo sucede cuando se van explicando los ritos, como si se tratase de un documental o algo semejante. No hay peor liturgia que la aquella explicada por un locutor.
Álvaro Menéndez Bartolomé Licenciado en Liturgia (Facultad de Teología San Dámaso)