“En aquel tiempo se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?
El Señor, después de decirles “si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos”, les recuerda que los niños tienen un ángel que les acompaña y les protege; y que esos ángeles, “están viendo siempre en el cielo el rostro del Padre Celestial”. (Mateo 18, 1-5. 10)
Al crear al hombre Dios ha querido darle un compañero que camine con él a lo largo de su vida, y le ayude a mirar al cielo, en los momentos buenos y malos de la existencia. En unos momentos para dar gracias; en otros instantes, para pedir perdón, con espíritu arrepentido; y en otros, para pedir ayuda.
“La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente Ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la tradición” (CIC, n. 328).
En los hogares cristianos, los padres enseñan a sus hijos a hacerse amigos de sus Ángeles de la Guarda, los Ángeles Custodios. Recordemos esa oración tan entrañable que nuestras madres nos enseñaron de pequeños, mientras nos acostaban.
“Ángel de mi Guarda, // dulce compañía
no me dejes solo,// ni de noche ni de día
porque me perdería”.
En el Ángelus del domingo 2 de octubre de 2011, Benedicto XVI habló así de los Ángeles:
«El Señor está siempre cercano y operante en la historia de la humanidad, y nos acompaña también con la presencia singular de sus Ángeles, que hoy la Iglesia venera como “Custodios”, o sea, ministros de la divina premura para todo hombre».
«Desde el inicio hasta la hora de la muerte, la vida humana está rodeada de su incesante protección. Y los Ángeles coronan a la Augusta Reina de las Victorias, la Beata Virgen María del Rosario, que en el primer domingo de octubre, en estos momentos, en el Santuario de Pompeya y en el mundo entero, acoge la ferviente súplica, para que sea abatido el mal y se revele, en plenitud, la bondad de Dios.
Cuando Benedicto XVI se despedía del personal de Castelgandolfo, en torno al 2 de octubre, lo hacía con palabras como estas, que también pronunció en el mismo Ángelus:
«De modo especial, en la perspectiva de la fiesta de los Ángeles custodios… os encomiendo a la amorosa protección de estos espíritus celestiales, que el Señor ha puesto a nuestro lado. Que ellos os guíen y acompañen por el camino del bien.»
También el Papa Francisco nos invita a tener amistad con estas criaturas celestes, que nos ayudar a unir el Cielo con la tierra en los quehaceres de cada día.
“Cada uno de nosotros tiene un ángel que nos acompaña. ¡Está siempre con nosotros! Y esto es una realidad. Es como un embajador de Dios que está con nosotros” (Santa Misa, 2-octubre-2015).
Un Ángel, san Gabriel, anunció a María el nacimiento del Señor. Un Ángel acompañó a Cristo en la agonía en el Huerto de los Olivos.
La devoción del Ángel de la Guarda fortalece en el cristiano la Fe, la Esperanza y la Caridad.
La Fe porque nos abre los ojos a Dios Padre.
La Esperanza porque nos manifiesta la realidad del Cielo, la vida eterna.
La Caridad porque nos ayuda a conocer todo el amor que Dios nos tiene, y con ese Amor, amar a todos nuestros hermanos.
Y con su ayuda, podemos vencer todas las tentaciones contra la Fe, la Esperanza y la Caridad, que nos encontramos en nuestro caminar en la tierra. San Pablo nos recuerda que “no es nuestra lucha contra la sangre y la carne; sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires”. Los Ángeles nos dan fortaleza, “para resistir a las insidias del diablo” (Ef. 6, 18).
La Iglesia nos invita hoy a descubrir a nuestro lado la presencia de estas criaturas celestiales -¿nos acordamos de él al salir de casa cada mañana? -que nos acompañan desde la infancia hasta la muerte, y que están siempre contemplando el rostro de Dios, e intercediendo por nosotros.
La Virgen Santísima, Reina de los Ángeles, nos enseña y nos invita a dirigirnos a nuestro Ángel con piedad y cariño. El Ángel nos sostendrá siempre en la confianza con Dios, y preparará nuestra inteligencia, nuestro corazón, para recibir las luces y los dones del Espíritu Santo.