“Al pasar vio Jesús a un ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: Maestro ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús contestó: “Ni este pecó ni sus padres. Sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Dicho esto escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “ve a lavarte a la piscina de Siloé, (que significa enviado)”. Él fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ese el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “el mismo”. Otros decían: “No es él, pero se le parece”. Él respondía: “Soy yo”. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo. Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”. Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta”. Le replicaron: “Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es”. Él dijo: “Creo, Señor. Y se postró ante él (San Juan 9, 1-6.13-17.34-41).
COMENTARIO
Estamos en Cuaresma y los textos de los evangelios de estos domingos son catequesis bautismales. El pasado domingo leíamos el Evangelio de la Samaritana y hoy leemos el del ciego de nacimiento. Jesús se comporta como el Hijo que no hace sino lo que ve hacer al Padre. Dios creó al primer hombre del barro de la tierra y le insufló el aire de su boca, nos dice el libro del Génesis. Aquí vemos a Jesús hacer algo parecido. Hace barro y lo pone en los ojos al ciego, mandándole a lavarse a la piscina del Enviado. Volvió viendo.
La narración está llena de sentido. El ciego está ahí. No dice nada. Ni se queja de su situación, ni lo lamenta. Otros se “meten” con él: ¿Quién pecó? Jesús afirma que Él es la luz del mundo. La luz existe para iluminar. Jesús toma la iniciativa. Una iniciativa un tanto extraña para quienes no estamos en el ajo. Él está en la onda creadora del Padre. Hace barro como en el Principio, y se lo pone en los ojos. Y le manda a lavarse. El ciego obedece y vuelve con vista.
El Bautismo hizo algo parecido con cada uno de nosotros. Nacimos ciegos a la luz de Dios, ciegos al amor. Dios tiene que recrearnos para que tengamos la luz de la vida. Para ello necesita poner barro en nuestros ojos para que nos demos cuenta cabal de que estamos ciegos.
¿Cuál es el barro que Dios ha puesto en tus ojos, para que tengas que lavarte y puedas ver su amor? Tantas veces no comprendemos muchos de los acontecimientos que nos suceden y que muchos nos quieren leer e interpretar como al ciego de nacimiento. ¿Quién pecó?
Muchos de nuestros pecados Dios los permite para que tengamos que lavarnos, para que tengamos que acudir al Enviado, para lavarnos y que podamos comprender el amor que nos creó y nos recreó. El bautismo es una iluminación, hace de nosotros neófitos, recién iluminados. “Vosotros sois la luz del mundo”, nos tendrá que decir el Señor. Luz para ser puesta en el candelero y que ilumine. Ilumine a ti mismo, tus pasos, pero también a los que te rodean.
Lo tendrá que aprender a su costa el bueno del ciego. A partir de ese momento, todos se meten con él. ¿Es el mismo que sentaba a pedir? Unos que sí otros que no. No basta que lo diga él: soy el mismo. Las autoridades también le interrogan: “¿Quién te abrió los ojos, cómo te abrió los ojos? No quieren creerle. Llaman a sus padres, ¿es este el que decís que nació ciego? ¿cómo ve ahora? Ponen todo en duda menos creer lo evidente: “Este es nuestro hijo y nació ciego, ¿cómo ve ahora? Edad tiene.
Es el destino del bautizado. Le han complicado la vida. Antes no veía pero al menos, nadie se metía con él. Ahora ha de dar testimonio de la nueva vida que hay en él. Ante las autoridades, ante la gente, ante los incrédulos, ante los creyentes. Incluso ante sí mismo. ¿Crees en el Hijo del Hombre?
Le estás viendo. Es el que te está hablando.
Creo, Señor.
Es la respuesta que el Señor espera de cada uno de nosotros.
No dejes pasar la oportunidad sin dársela.