Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cual de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”. Jesús les dijo: “En este mundo, los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indica el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Intervinieron unos escribas: “Bien dicho, Maestro”. Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas. (Lc 20, 27-40)
Todos los artículos del “Credo” son difíciles de profesar, y no están yuxtapuestos sino que precisan y profundizan el alcance de cada verdad que se enuncia y se hace propia. Toda palabra esta pesada y aporta una delimitación esclarecedora. No es lo mismo creer en Dios, que creer en Dios Padre. Se deja el deísmo para entrar en la balbuciente presencia del “abba”, la palabra más fácil de pronunciar por un niño que comienza a hablar, y que se comunica reconociendo a su padre con esa elemental articulación de su voz.
Pero de todos los artículos del credo de la Iglesia Católica, posiblemente el mas contrastante con la mentalidad actual, quizá sea el aseverar que los muertos resucitan; si la Iglesia se ha quedado sola en la Humanidad defendiendo algunas causas, de hecho la resurrección de los muertos es la mas “irracional”. En un mundo que piensa poco, y lo poco que piensa es superficial, y la superficialidad está a merced del relativismo y subjetivismos más incondicionados, alzar la bandera de la resurrección aparece como una insensatez, pura insania.
Pero esto mismo ya acaecía en tiempos del Cristo que recorrió la tierra de Israel. Los saduceos, la élite que controlaba el Templo, se burlaban de la ingenua, o alienante, idea de la resurrección, y de los que por su Fe esperaban la resurrección de algo, no alguien, que no es más que tierra. La esperaban algunos, sin ningún fundamento empírico, rastreando en las Escrituras (Dn 12, 2-3) y su Tradición esa expresa promesa divina. Los saduceos no necesitaban que tal “superchería” fuera desmentida para detentar el poder religioso.
Ahora bien ese agitador, el tal Jesús de Nazaret anda cuestionando nuestra contrastada y razonada posición…vamos a ridiculizarlo un poco. Y le presentan el caso de los siete hermanos que compartieron la misma mujer – ¡ojo! – en estricto acatamiento de una orden dada por el propio Moisés. La añagaza era formidable; Moisés nos dio a conocer la Ley del Innombrable, el levirato no es una opción cualquiera, es un imperativo muy serio ya que el rehusar dar descendencia al hermano difunto era una ignominia. En Deuteronomio 25, 9 se sienta lo oprobio que recae sobre el hermano renuente: “Su cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará su sandalia del pié, le escupirá a la cara y pronunciará estas palabras: “Así se hace con el hombre que no edifica la casa de su hermano”; y se le dará en Israel el nombre de ·Casa del descalzo·”. De modo que no es muy improbable que los consultantes hubieran sacado de su propia experiencia, como autoridades senatoriales, el supuesto de hecho del matrimonio sucesivo; bien pudieran haber impuesto este baldón a algún cuñado escupido a la cara.
Jesús va al fondo del asunto, dar descendencia legítima y mantener un nombre y una heredad; mas que de matrimonio se habla de descendencia. Nótese que ni los saduceos ni el pasaje mosaico aluden a la situación previa – casado o soltero – del cuñado concernido. Lo importante era dar un heredero al difunto, edificar su casa, mantener su estirpe.
De alguna manera, los que no creen en la resurrección canalizan sus ansias de eternidad en la descendencia; algo de mí sigue en mis hijos, aunque evidentemente la muerte me venza. El levirato es la ley de la pervivencia …ya que no hay resurrección de los muertos. Por eso Jesús, además de argumentar que los patriarcas están vivos, y orillar el matrimonio post mortem, se centra en los hijos. No solo afirma que hay vida eterna, y se transita por la resurrección de los muertos, sino, y esto es lo nuclear, que “son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección”. Tamaña proclama debió aterrorizarlos, y tendría que golpear nuestro sopor: lo que confiere la condición de “hijos de Dios” es ser “hijos de la resurrección”. El materialismo y el existencialismo han arrasado a nuestra generación convenciéndola de que no hay nada detrás de la muerte.
Se comprende bien que, hijos de Abrahán puedan sacarse de las piedras, pero hijos de Dios tan solo lo son los hijos de la la resurrección. Cuando la Iglesia me propone y yo “me” creo la resurrección de los muertos, mi Fe es verdadera y me posibilita ser hijo de Dios, contarme entre “los hallados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de los muertos”. Jesús explica pacientemente porqué no es necesario el levirato; “pues ya no pueden morir”, no tienen que construir una casa, sino disfrutar de la paterna.