Con motivo del dos mil aniversario del nacimiento del Apóstol San Pablo, Benedicto XVI ha promulgado un año de espiritualidad paulina, desde el 29 de junio de 2008 hasta la misma fecha de 2009.
De todos es conocido el diálogo de Jesús Resucitado y Pedro a orillas del mar de Tiberíades: “Pedro, ¿me amas?”, “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”, “Apacienta mis ovejas”.
encontrar misericordia para obtener vida eterna
Imaginemos al Apóstol Pablo, bajo la tutela de Ananías (cfr. Hch 9,17ss), abriendo poco a poco los ojos de su espíritu a la fe en Aquel que hasta ahora había combatido con todas sus fuerzas. “Pablo, ¿me amas?”
Releyendo y saboreando sus cartas, son numerosos los testimonios en los que este hombre, aparentemente hosco, impenetrable y violento, confiesa su amor incondicional a su Señor Jesucristo. Una vez que cae del caballo en el camino de Damasco, Pablo empieza su andadura de amor con Aquel que tuvo misericordia de él. No había que hablar tanto de que se entregó a Jesucristo, sino más bien de que se dejó amar y acoger por Él: “…No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20).
Pablo sabe que ha salido ganando: ha recibido a cambio una riqueza incalculable. La permuta ha supuesto para él una ganga: su vida por la Vida, sus bienes por el Bien, su amor por el Amor. De ahí su alegría que, podríamos decir, casi raya en la locura porque “el negocio” le ha salido redondo.
sopesando los bienes: papel mojado sin Jesucristo
Quizás sea en su carta a los Filipenses donde mejor expresa la distancia abismal entre lo vendido para apropiarse del tesoro y el beneficio que éste le ha reportado. Nos parece verle sopesando las dos alternativas en los platillos de una balanza. En uno de ellos coloca sus “haberes, logros y realizaciones”. La verdad es que en una sociedad teocrática como era la de Israel, a él no le ha ido nada mal: “Si algún otro cree poder confiar en la carne, más yo. Circuncidado al octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable” (Flp 3,4-7). Además era hombre de confianza del Sumo Sacerdote, hasta el punto de ser enviado por él a Damasco para detener a los discípulos de Jesús.
En el segundo platillo pone lo más representativo del tesoro encontrado: echa una mirada a todas sus maravillosas realizaciones que considera polvo que se lleva el viento, al lado de Jesucristo: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo» (Flp 3,7).
porque Él nos amó primero
Procuremos entenderlo penetrando en su mentalidad hebrea. Para un judío, conocer apunta a la intimidad en su sentido más profundo, hasta el punto de que, cuando el conocimiento de alguien alcanza su grado culminante, se identifica con un “estar en”. Es decir, se trata de un conocer cuyo dinamismo alcanza hasta “estar en la persona”. A esta realidad, inabordable en su grandeza, se está refiriendo Pablo cuando califica de sublime su conocimiento del Hijo de Dios. Lo considera sublime porque está en Él al mismo tiempo que Él está en Pablo. La comunión que experimenta con Jesucristo es sobrecogedora; por ello y partiendo de su propia experiencia, llega incluso a la audacia de proclamar: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él” (lCo 6,17).
Comprendemos perfectamente que considere y llame basura a su primera acumulación de valores y bienes, a los que ya ni siquiera se digna mirar. Sus ojos están decididamente fijos en Jesucristo, quien lo llamó y a quien quiere alcanzar…, porque Él le amó primero: “No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12).
¿me amas?… ¡Anuncia mi Evangelio!
¿Qué decir de Pablo como anunciador del Evangelio, como pastor? Como botón de muestra, nos vamos a remitir a su experiencia apostólica en Éfeso, donde estuvo unos dos años ejerciendo su ministerio pastoral. Su despedida de allí es una verdadera antología de lo que podríamos denominar el pastoreo o el apacentar según el espíritu del Buen Pastor: “Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hch 20,22-23).
El apóstol tiene interés en señalar cuál es el sello de distinción que marca y acompaña a todos aquellos a quienes Jesús ha conferido el don y la misión de apacentar: la persecución. Pablo, apasionado de y por Jesucristo, recibe de Él la pasión por el Evangelio que reconstruye y salva al hombre. Le duelen las entrañas el ver la pobreza y el vacío de la humanidad. Da muestras de amor a los hombres, que se traduce en un ir y venir por toda Europa occidental proclamando el amor de Dios a toda criatura. Siente, la urgencia de anunciar el Evangelio a todos: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Co 9,16).
Su pasión es su fuerza, mucho mayor que todos los miedos ante las tribulaciones y persecuciones que le esperan: “Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20,23-24).
optar por Jesucristo, apostar por la Vida
El discernimiento del apóstol es de una claridad meridiana. No considera su vida digna de estima…, ya que lo que le interesa es culminar el camino que inició en Damasco, y su culminación es el Señor Jesús, llevando a cabo el ministerio que de Él ha recibido: ¡apacienta mis ovejas! Sabe que toda gracia de Dios a los hombres pasa por el Evangelio, que él anuncia en todo lugar, a tiempo y a destiempo.
Quizá esto puede llevar a alguien a pensar en un Pablo irreflexivo, fanático o algo parecido; nada más lejos de la realidad. Vive la vida en toda su plenitud, es un enamorado de la Vida, por lo que hace su opción por Jesucristo. Digamos que, al igual que en tantísimos hombres y mujeres de todo tiempo, Pablo se abraza con apasionamiento e impulsividad a estas palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc 8,34-36).
Por esta promesa y porque tiene motivos más que sobrados para fiarse de quien la ha pronunciado, dice a sus oyentes de Éfeso que su vida no es digna de estima. Además ofrece al mundo, a la historia, un testimonio de amor a Dios incuestionable, perfectamente creíble, tan creíble que es de los que arrastran.
Si tuviésemos que escoger un testimonio del apóstol que cerrase con broche de oro la magnitud insondable de su amor a Jesucristo y a las ovejas a él confiadas, podríamos servimos del siguiente: “Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados … , llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Co 4,7-10).