Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: – «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: – «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: – «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» Respondió Jesús: – «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Juan 6,22-29
Durante esta semana vamos a leer de modo continuo el capítulo seis del evangelio de san Juan. El evangelista nos cuenta el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y los hechos que sucedieron después, al día siguiente, en Cafarnaúm, lo que se conoce como el discurso del pan o la crisis galilea. Crisis porque a partir de ese momento la muchedumbre deja a Jesús. Se inicia una nueva etapa en el desarrollo del apostolado de Jesús. Es un punto de inflexión en la vida de Jesús que Él mismo ha provocado para enseñar cuál es su verdadera misión.
Hoy comenzamos ese discurso, después de un resumen de los hechos. La gente está muy desconcertada, sigue esperando que Jesús aparezca porque saben que no se ha ido con los discípulos. No han entendido por qué Jesús se les ha escapado cuando ellos querían hacerle Rey. La muchedumbre estaba feliz, saciada, habían escuchado sin cansarse las palabras de Jesús, habían visto milagros y curaciones innumerables. Sus almas tenían unos sentimientos desconocidos ante ese Maestro. Sus palabras, a veces no comprensibles, calaban de forma misteriosa en el interior llenándoles de paz, la paz ante la Verdad. Para colmo, habían visto estremecerse Sus entrañas compasivas ante sus necesidades y cómo Él mismo no habiendo querido separarse de ellos, les había mostrado lo que era capaz de hacer por ellos. Aquel milagro lo había realizado de una forma muy patente, quería que todos se dieran cuenta. Y la reacción de la muchedumbre fue de auténtica entrega, querían proclamarle públicamente el Mesías esperado.
Pero en ese momento Jesús había actuado de una forma inesperada. No quería esa proclamación. Había mandado a sus discípulos marcharse y Él se había quedado allí. Pero ¿dónde? Por el apóstol sabemos que se había marchado a orar a un sitio solitario a la montaña y luego había ido, en la noche, en busca de sus apóstoles, pero la muchedumbre que no lo sabe sigue buscándolo. Conocen que está en Cafarnaúm y aprovechando unas barcas que llegaron se embarcan hacia allí. Realmente sorprende cómo la muchedumbre sigue buscándolo a pesar de la rareza de la situación, a pesar de que Jesús se les ha ido secretamente. ¡Qué tendría Jesús para atraer de esa forma! Jesús podría hacerse dueño del pueblo en cualquier momento. Su carisma es grandioso. Se comprende el miedo de las autoridades judías. Jesús tiene un poder extraordinario ante la masa social y podría hacerse con ella en cualquier momento. Pero Jesús piensa de otra manera, no quiere que el pueblo lo proclame Rey, sino que espera, como veremos más tarde, que esa proclamación sea dada por el Padre.
El encuentro de la gente con Jesús se produce en la extrañeza: Maestro, ¿cuándo has venido aquí?. Quizás siguen en la espera de lo milagroso, de lo extraordinario. Pero sea como sea, Jesús va a tomar una actitud ante esas personas que lo buscan, muy desagradable, muy cortante: Os lo aseguro me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo de hombre; pues a ese lo ha sellado el Padre, Dios. Empieza ya Jesús a distinguir entre “signos” y saciar una necesidad material. Jesús está diciéndoles cuál es el motivo de su búsqueda, y Él no quiere ser seguido por personas que sólo buscan solucionar necesidades materiales y es lo que les interesa, y no se abren a pensar en lo que eso significa, es decir en el signo. Jesús ha realizado el milagro no sólo para darles de comer sino para abrirles a otra realidad. La realidad de la fe: creer en Él, como enviado del Padre.
De esto es lo que va a hablarnos en la sinagoga de Cafarnaúm. Y esto es lo que nos va a cuestionar a todos los seguidores, si lo busco para este mundo o si lo sigo para que me abra otra realidad, la suya, la celestial. Y tendremos que admitir que muchas veces tendremos que pedir perdón, porque quiero sólo a Jesús para que me solucione mis problemas materiales, y muy pocas veces lo busco para entrar en Su Vida de relación con el Padre. Es Vida que me ha abierto por la Resurrección.