«En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se puso a la mesa. Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo: “Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo». (Lc 11,37-41)
Vivimos en el mundo de la apariencia, de la hipocresía, de la mentira, de la simulación. Hemos creado una forma de vivir donde el exterior es más importante que el interior. Pero fijaos una cosa: esta palabra va dirigida a nosotros muy en particular que somos los que —en teoría— invitamos a Jesús a nuestra casa, a nuestra vida, a nuestra intimidad.
¿Qué ocurre? Estamos contaminados por los hábitos de esta sociedad. Tenemos una actitud en el templo, cuando hablamos de cosas religiosas, pero cuando salimos de él y nos sumergimos en nuestro día a día solo nos preocupamos del exterior y hacemos alianzas con el enemigo. ¡Necio! ¿Quién en tu entorno te puede llamar así con tanto amor? El Señor Jesús toca lo más profundo del corazón del hombre de hoy al darle la receta para una buena limpieza: “Dad limosna de los de dentro”. Desprecia al dios al que sirves: el dinero, por el cual te prostituyes, te vuelves un hipócrita, un falso.
El Señor nos invita en esta palabra a la fidelidad. Abandonemos los ídolos y encontraremos esa limpieza que reclamamos en el exterior. “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.” ¿Tú ves a Dios, hoy, en tu vida? Quizás estés muy preocupado por la limpieza exterior y tienes el corazón corrompido y lleno de mercaderes.
Ángel Pérez Martín