En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio (san Marcos 1,12-15).
¡Buenos días nos das Señor!
Siento tu palabra de esta mañana como una llamada profunda a estar en este día totalmente unido a ti. Mi conversión de cada día pasa por darme cuenta de que no camino sólo y de que mi vida no sólo depende de mí si no de que tú me lleves siempre de tu mano. Me llamas a convertirme a ti y entiendo mi conversión como la entrega a ti de todas mis preocupaciones y afanes de este día. Ayúdame tú a descansar en ti. Lleva tú los acontecimientos de este día porque sé que tu como buen padre quieres lo mejor para mi aunque tantas veces no lo entienda. Soy pequeño y torpe y tu sabiduría y tus designios siempre me superan.
Cuarenta días y cuarenta noches prepararon el comienzo de tu misión. Que estos cuarenta días de cuaresma me ayuden a mi Señor a prepararme para vivir con mayúsculas la Pascua. El Paso, tu paso por en medio de mi vida arrastrándome a la eterna morada que me tienes preparada. Este cielo que me anticipas cuando caminas cada día conmigo porque cada vez soy más consciente de que el cielo consiste en que tú seas yo y yo camine siempre contigo. Dame luz y discernimiento para descubrir tu voluntad en este día. Que tenga ojos para ver a los que me rodean y oídos para escucharles. Que mis proyectos egoístas los deshaga tus manos para dar de lo que tanto carezco ese amor que solo tú tienes y sabes dar.
¡Buen día…con el Señor!