Jesús Esteban Barranco«En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: “Nunca se ha visto en Israel cosa igual”. En cambio, los fariseos decían: “Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”». (Mt 9, 32-38)
Los fariseos no pierden ocasión para enfrentarse a Jesús y afear sus palabras y acciones. Dejemos de lado la cuestión de si San Mateo narra aquí el mismo milagro que luego se lee más adelante en Mt 12,22ss, donde el endemoniado era ciego además de mudo. Hay exegetas que tienden a evitar duplicados, pero entiendo que, sabiendo que Jesús realizó numerosas curaciones, lo más aceptable es que sean milagros distintos.
No sabríamos decir si la mudez era consecuencia de la posesión diabólica o si ya era mudo antes de estar endemoniado. El caso es que Jesús lo cura y, como es natural, causa la admiración de las gentes… y, como ya comenzaba también a ser “natural”, los fariseos no soportan lo ocurrido y murmuran contra Jesús: no pueden negar el hecho real, que ha sido visto por todas las gentes y también por ellos (digamos que es una verdad filosófica de palmaria comprensión); pero no aceptan la verdad teológica que subsiste en ese hecho: que Jesús hiciera el milagro, bien con sus palabras o sus gestos, de curar a aquel pobrecillo. Prefieren recurrir a un subterfugio, admitiendo que si hace “eso” es porque lo hace en nombre y por poder del mandamás de los demonios y no por el poder de Dios. Prefieren sustituir la intervención divina por la diabólica, dando más crédito a esta que a aquella: es la perversión de rebozarse en el mal por no tener la humildad de aceptar la misericordia de Dios, que se abaja ante nuestra miseria justamente para curarl
Hay aquí un fuerte toque de atención a nuestra conducta diaria, donde Dios quiere tomar parte activa… si le dejamos que nos cure: porque también muchas veces estamos prisioneros de tanta mudez que nos impide alabar y bendecir a Dios cada mañana, cada mediodía y cada noche: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor; que los humildes lo escuchen y se alegren” (Sal 34,2-3).
El evangelista prosigue su relato, aparentemente sin unión con la curación de este endemoniado, diciéndonos que “Jesús recorría todas las ciudades”, se detenía sobre todo en las sinagogas y no hacía más que anunciar la Buena Nueva del Reino, curando, eso sí, a tantos enfermos…, como acababa de hacer con el endemoniado mudo. Para esto había venido, para esto había sido enviado por el Padre: para anunciar que “el Reino de Dios está cerca”, por eso “convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
No me cansaré de repetir cuánta necesidad tenemos de oír cada día, continuamente, este anuncio: vamos con mucha frecuencia, quizás, a la “sinagoga”, a nuestras asambleas, rezos y misas, y no nos llega al corazón esta única verdad que resuena en la historia de la salvación desde aquellos primeros días de la vida pública del Señor: ¿por qué? Sencillamente porque estamos ciegos, mudos y sordos. Hay demasiado ruido a nuestro alrededor desde que nos acostamos hasta que nos levantamos, y nos abruma un montón de ocupaciones y preocupaciones que no nos dejan espacio para oír la voz de Jesús, que suavemente tampoco se cansa de anunciarnos el Reino. ¿No será, tal vez, que no se le oye bien porque nuestra mente, nuestro corazón y todas nuestras fuerzas están orientados hacia la diana del dinero…, sobre todo en estos tiempos de crisis
Pero el Señor no es justiciero con nosotros por ser así: sabe de qué pasta estamos hechos y conoce cómo tendemos a caminar cuesta abajo, que es más fácil, desde que el pecado original inoculó su veneno al principio de la historia de la salvación. Sabe que, aunque parezca lo contrario, ese caminar hacia abajo nos extenúa; por eso nos mira como ovejas desperdigadas sin pastor. Él sabe que es el Pastor de Israel, llamado a reunirlas a todas en un único redil: demostró hasta lo inverosímil que Él es el Buen Pastor capaz de dar su propia vida por sus ovejas.
Probablemente o, acaso, seguramente, tú seas una de esas ovejas que necesita ser recuperada y llevada en sus hombros: déjate conducir por este Pastor (yo personalmente lo ansío con todas mis ganas), porque entiendo que incluso habrá más fiesta en el cielo por esa oveja perdida que por noventa y nueve que no necesitan penitencia (ver ampliamente Jn 10,1ss). Así, por lo demás, estaba profetizado en los poemas del Siervo del Señor: “El soportó nuestro sufrimientos y aguantó nuestros dolores […]; fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes” (Is 53,4-5).
Mas no nos paremos aquí: Él ha dicho que hay mucho tajo en su campo y necesita obreros que se ocupen de su mies. No es una llamada solo para curas y monjas, para religiosas y religiosas, es para todos. Decir “para todos” no es una escapatoria para ti o para mí, o un pretexto para no sentirse concernido: es una invitación individual, personal del Señor: ¿Quieres anunciar el Reino?, ¿quieres participar en la Nueva Evangelización?…, ¿o preferimos seguir mudos, como aquel endemoniado del evangelio de hoy?