En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió:
–¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
–Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?». Pero el viñador respondió: «Señor, déjala todavía este año y, mientras tanto, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar». (Lc 13,1-9)
Parece claro que el «tema» de la lectura de hoy es el de la conversión (y la misericordia). La lectura está compuesta por dos partes: una primera que consiste en un diálogo con «algunos» que se presentan con una noticia trágica, y una segunda que es toda ella una parábola.
La noticia que le traen a Jesús –según parece, unos peregrinos galileos asesinados por Pilato– solo la conocemos por el evangelio de Lucas, sin que podamos determinar las circunstancias concretas del hecho. Por otra parte, es de los pocos pasajes evangélicos que transmiten una imagen de Pilato más conforme con la realidad: fue un prefecto cruel y antijudío que causó más de un problema en Judea (de hecho fue destituido por reprimir violentamente una revuelta de samaritanos). A raíz de esta noticia, el propio Jesús transmite otra: un accidente –el derrumbe de una torre en el entorno del estanque de Siloé, en Jerusalén– con el resultado de dieciocho muertos. Tampoco de este suceso tenemos más noticias.
En todo caso, los dos hechos –el primero de ellos, provocado; el segundo, fortuito– le sirven a Jesús para instar a la conversión. Y lo hace cuestionando la doctrina clásica de la retribución, según la cual Dios retribuía con premios o castigos las acciones buenas o malas de los hombres. Los galileos muertos a manos de Pilato o los dieciocho aplastados por la torre de Siloé –dice Jesús– no estaban siendo «castigados» por Dios por ser peores personas que los demás. En consecuencia, todos debemos estar preparados, porque las desgracias pueden sobrevenir en cualquier momento. La conversión, pues, nos incumbe a todos, ya seamos mejores o peores.
A continuación, Jesús cuenta la parábola de la higuera que no da fruto. Parábola que vendría a completar de forma un tanto paradójica la exhortación a la conversión que acaba de hacer. Es paradójica porque la llamada a la conversión parecería reclamar una cierta urgencia, habida cuenta de la ignorancia del futuro que nos aguarda. Sin embargo, el mensaje de la parábola es que la paciencia del propietario de la viña donde se encuentra la higuera –imagen de Dios Padre– es grande: la higuera lleva ya tres años sin dar fruto, y el viñador –imagen del Hijo– le pide uno más antes de cortarla (un año en el que además se ocupará especialmente de ella). Ahora bien, los tres años de espera del dueño del frutal han de sumarse a los seis que de suyo un judío piadoso tardaba en comer del fruto de una higuera: tres para que el árbol creciera y otros tres en que no podía recoger higos de ella, según la legislación de Lv 19,23.
Así pues, aunque la llamada a la conversión nos suponga una gran responsabilidad, sabemos que contamos con un «dueño de la viña» y un «viñador» que son enormemente generosos –en tiempo y en cuidados– con nosotros.