La evangélica Doctrina Social de la Iglesia Católica, en la sabia palabra teológica y filosófica del santo padre y papa emérito, Benedicto XVI (1927) nos advierte y recuerda la corresponsabilidad bioética de creyentes y no creyentes que tienen sobre la familia y el matrimonio natural:
“Dios confía a la mujer y al hombre, según sus peculiaridades propias, una específica vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Pienso aquí en la familia, comunidad de amor abierto a la vida, célula fundamental de la sociedad.
En ella la mujer y el hombre, gracias al don de la maternidad y de la paternidad, desempeñan juntos un papel insustituible con respecto a la vida. Desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y con la madre, que los cuiden y los acompañen en su crecimiento.
Por su parte, el Estado debe apoyar con adecuadas políticas sociales todo lo que promueve la estabilidad y la unidad del matrimonio, la dignidad y la responsabilidad de los esposos, su derecho y su tarea insustituible de educadores de los hijos. Además, es necesario que también la mujer tenga la posibilidad de colaborar en la construcción de la sociedad, valorando su típico “genio femenino”.
En la familia, en el matrimonio mujer-hombre-hijos, se han de tener en consideración tanto la identidad femenina como la identidad masculina, para evitar que unas y otras sean falsificadas y despreciadas por la ideología de género, como lo hacen algunas tendencias de ésta, el feminismo radical o el homosexualismo radical:
“(…)Ante corrientes culturales y políticas que tratan de eliminar o, al menos, ofuscar y confundir las diferencias sexuales inscritas en la naturaleza humana, considerándolas una construcción cultural, es necesario recordar el designio de Dios, que ha creado el ser humano varón y mujer, con una unidad y al mismo tiempo con una diferencia originaria y complementaria. La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo, que constituye la formación de la propia identidad, en la que ambas dimensiones, la femenina y la masculina, se corresponden y se completan”.
El santo padre, el papa actual, Francisco (1936) en su carta encíclica Laudato si´ (Sobre el cuidado de la casa común), insiste en la Doctrina social de la Iglesia Católica en lo relativo al irrenunciable y principal sentido antropológico y bioético de la familia como el bien común histórico-ecológico, como la ecología del hombre con sentido transcendente para la Humanidad, pero que se encuentra en crisis global y total:
”Pero quiero destacar la importancia central de la familia, porque “es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida” [Juan Pablo II, Carta encíclica Centesimus annus(1991) ]. En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir «gracias» como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea”.
Las ideologías de la ideología de género, si han llegado hasta donde han llegado, a la falsificación y control de la comunidad familiar antropológicamente fundamentada en la dignidad y la unidad de la familia y el matrimonio mujer- hombre-hijos, es porque se lo han permitido las sociedades occidentales del posmodernismo decadentista y relativista. Los cristianos católicos que en ellas aún tienen una presencia histórica, deben cumplir con el derecho y el deber de decirles que el Cristianismo reconoce y defiende la misma dignidad y responsabilidad familiar tanto de la mujer como la del hombre y de los hijos: ¡Las ideologías de la ideología de género, no!
Diego Quiñones Estévez.