«En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice: “¡Rabboni!”, que significa: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: ‘Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro’”. María Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”». (Jn 20,11-18)
“María llora junto al sepulcro”, y su llanto va mucho más allá de las lágrimas: muestra un amor sin límites y una pena honda, honda. Una pena que ahoga, como dice José María Pemán. El llanto de la Magdalena eleva al cielo el clamor de tanto sufrimiento y tanto dolor como la muerte deja en este mundo.
Y además denuncia una pérdida tremenda de humanismo y sentido: siempre que se condena a muerte a Dios, a quien se ejecuta es al hombre. Si Dios ha muerto, el ajusticiado resulta ser todo ser humano, todo hombre y toda mujer: a-justiciado literalmente, privado de la justicia que más le es debida: su dignidad originaria y fundamento de todo su valor; la que tiene como hijo de Dios.
No se llora en este mundo por Dios, pero sí, y a raudales, como consecuencia de la violencia que el mal siembra en pueblos y personas. La muerte sin dios es la mayor de las violencias: y hoy, como siempre, campa a sus anchas por doquier: basta con encender el televisor. Pero el Evangelio de hoy nos vuelve a abrir a la esperanza. La Nueva Evangelización tiene bien definida la ruta: ir a tantos hermanos con la noticia nueva y eterna de que Jesús es el Señor y la Salud: “Lo hemos visto y nos ha mandado que lo digamos”.
César Allende