“Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre» (San Juan 10. 11-18).
COMENTARIO
Toda la obra de Jesús se encuadra en al mandato del Padre. “Yo soy” – Yahvé-, que da el Ser y la Vida, le ha ordenado entregarse para recuperar a los hermanos. Y el Cordero de Dios debe hacerse Pastor y pasto de un pueblo que alimenta con su palabra, su cuerpo y sangre de vida vertida en sacrificio (Jn 6). Todo el 4º Evangelio es una simbiosis entre los personajes que hoy pone Juan en escena. Un solo pastor y dueño en ambiente de lobos, abandono y huida; robo y dispersión de las ovejas…, con asalariados a los que no importan las ovejas… Juan parece un profeta que anuncia la realidad de su pueblo Israel y de la iglesia incluso.
No dan vida a las ovejas, porque ellos no la tienen. Solo les importa el salario. El ‘pasto’ de Jesús es conocimiento pleno de Él, que conlleva conocimiento del Padre, y de la Vida que surge de ambos, el Espíritu Santo. Ahí está el misterio.
Jesús tiene otras ovejas, no de aquellos que lo tocaban y veían, sino del mundo entero. Atraerlas costará pagar un alto precio fijado: su vida entregada voluntariamente. Nadie se la quita, aunque así piensen los lobos de siempre que no conocen la fuerza y poder de su vida que resucita siempre. El ejercicio de ese poder es la esencia del cristianismo. Todo lo hacemos en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu, con el sentido caminante de la Pascua, hacia más allá de este mundo. ¡Es la conversión y metanoia practicada en cuaresma! Fiarse y creer en el que nos llama desde más allá del conocimiento de sentidos (meta-noia), a ‘convertirse’ con Él en conversación eterna. Toda esta trama trágica y gloriosa de los Evangelios ha sido tenida en cuenta y diseñada por el Padre para encuentro del Pastor y las ovejas.
Los lobos fariseos acosan a Jesús para que confiese, si es o no el Mesías. Buscan el pretexto para apresarlo y condenarlo. Jesús no entra a la provocación, sino que ¡se le ocurre responder hablando de ovejas y pastores! Deja claro así que ellos no son de sus ovejas; no conocen su voz, ni obedecen, ni creen por más que Él explica con incansable insistencia. Jesús no da mítines, no vende artículos de primera necesidad, no acomoda ni duerme conciencias, sino que invita a una vida nueva en un mundo diferente.
Oír la voz del Pastor no es solo distinguirla, sino aceptarla, interiorizarla, identificarse con ella poniendo en marcha su mensaje. Si estuviéramos en medio de un tumulto, percibiríamos la voz de la persona amada, “mis ovejas escuchan mi voz”. Parece que no es igual oír que escuchar .
¿Conocemos la voz de Dios? Eso no se consigue de un día para otro, y podríamos confundirla con nuestros propios intereses y deseos. Hace falta proximidad, confianza plena, relación cercana como en el amor humano. Si nunca hemos buscado sino rehuido a Dios porque tenemos demasiadas ocupaciones y compromisos sociales ineludibles, no pretendamos de repente ver clara su voluntad. Tardamos en que nos suene la voz de Jesús porque lo hace muy en silencio dentro de nosotros, no grita, apenas susurra… hay que estar muy atento, porque a veces es abrazo, “brisa suave”, con segura presencia. Lo exclusivo de Dios es dar vida, y Él la da por sus ovejas. Nada nos puede arrancar de su rebaño, sino nosotros libres. Si somos su grey, ¿qué importa un desfiladero lleno de riscos, que no haya luna, que no llevemos el calzado adecuado… si su cayado y su brazo son nuestra seguridad?
Jesús nos compara con ovejas, necesitamos su amparo, somos inútiles sin Él. La oveja es frágil, indefensa, dependiente de su pastor, siempre en rebaño. Si se pierde o “descarría” no sabe reaccionar, no tiene criterio ni cordura y, si además se enreda en la maleza, hay que ir a rescatarla. Se deja conducir incluso a un precipicio. No sabe defenderse, ni morder, ni correr… ¡presa fácil para depredadores! Ni siquiera puede transportar cargas…
El Buen Pastor tiene olor a oveja. Ni huye ni abandona a ninguna si hay problemas. Se desvive, las protege y expone su vida, aunque sea solo por una de ellas. Frecuentamos el precipicio, nos descarriamos, no soportamos los pesos de la vida, no sabemos lo que nos conviene. Vamos derechos a charcos de agua sucia pensando que nos darán la vida, y nos envenenamos repetidamente. Ese Buen Pastor es el único que nos enseña a vivir en medio de una sociedad de consumo que nos consume.
Porque Jesús nos considera valiosos, por más tercos e imprudentes que seamos. Ese Pastor dejó todo un rebaño para ir a buscar una oveja perdida y se la echó al hombro… ¡Quisiera ser yo!