En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino?
—Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida —le respondió Jesús—; nadie va al Padre si no es a través de mí (San Juan 14, 1-6).
COMENTARIO
Es la última cena con el Maestro. El aire de la noche es denso, como los silencios y las palabras de Jesús. Lo que yo hago no lo entiendes ahora, lo comprenderás después… quien recibe al que yo envíe, a mí me recibe… uno de vosotros me va a entregar… no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces… Los corazones se turban, las palabras se quedan en las gargantas, destella una luz apagada en las pupilas. Jesús quiere confortarlos: creed en mí. Resuena la misma voz que los alentaba por los caminos de Galilea, la misma fuerza que los volvía confiados al dispersarse de dos en dos para anunciar bajo aquellos soles conocidos la nueva del Reino de Dios. Resuena, y al mismo tiempo pesa un algo oscuro en los corazones. Ahora es de noche. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Sí, iré por ese camino… desea Tomás bajo la luz que se acaba de encender en su interior. Y para liberarse de ese peso, que no se va, ¿cómo podremos saber el camino?
Yo soy el camino… Tomás, siempre enredado en cómo hacer esto o aquello, pendiente de dejar arregladas las cosas, de prever las dificultades, de calcular cuántos panes y peces, cuánta gente… Una sola cosa es necesaria… Eso se lo había oído al Maestro en casa de Lázaro, Marta y María, pero cuántas veces, por aquellos caminos de Galilea, se lo había dicho también a él. Y a Judas. Es el momento de confiar. De nuevo.