«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene a medianoche para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’. Y, desde dentro, el otro le responde: ‘No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos’. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”». (Lc 11,5-13)
Bueno, bueno, bueno… ¡qué maravilla! ¿verdad? Jesucristo impartiendo doctrina segura, en un día como hoy, en el que se da cuenta perfecta de lo necesitados que estamos de experimentar la existencia de Dios, es decir, de que Dios nos ama (luego existe) y de que la soledad a la que tantas veces nos lleva nuestra necesidad de esos tres panes —tal vez la Santísima Trinidad viviendo en nuestro corazón— ha sido vencida en la muerte, resurrección, ascensión al cielo y envío del Espíritu de nuestro Señor Jesucristo.
¿Caeremos en la cuenta de cuál es nuestra verdadera necesidad, y de quién está dispuesto y deseando cubrirla? De eso habla el Evangelio, y de insistencia. Porque es cierto que tantas veces decae nuestra solicitud hacia Dios… ¿por no pedir lo que nos conviene? Quizás, ¿por qué Dios se ha olvidado de nosotros? ¡Nunca!
A los importunos, a los que piden sin cesar, se les abre, se les da, se encuentran con Cristo en medio de la noche oscura, se les concede la gracia de su Espíritu, el mayor don, Dios mismo, donación total de las Personas de la Trinidad…
La Palabra, que proclamada tiene el poder de meter su Ley en nuestro pecho, de escribirla en nuestros corazones, (siendo la esencia de la Ley el Amor a Dios y a los hombres, que es justo lo que hacen las personas de la Santísima Trinidad, amarse y amarnos…¡miremos cómo se aman! ¡miremos cómo nos aman!) nos trae la fe, como garantía de que existe la vida eterna, de que lo definitivo no es la desgracia sino la bienaventuranza.
De ahí la necesidad de que descubramos la Nueva Evangelización, de que nos sumerjamos en ella, de que advirtamos nuestra verdadera necesidad: conocer al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, que es también la verdadera necesidad de los hombres.
No es tan necesario que todo salga según entendemos, que nuestros hijos sean según nos gustaría, porque pensamos que queremos lo mejor para ellos, pero en el fondo nos gustaría que no fueran libres, y por eso estamos convencidos de que Dios no nos escucha. Y efectivamente hay cosas que Dios, no es que no escuche, es que no se puede negar así mismo… o que nuestro matrimonio salga a flote, pero que sea el otro el que cambie, que Dios tiene poder y lo tiene que hacer, porque el causante de los problemas no soy yo, sino ella o él…
En un día como hoy Benedicto XVI convoca Año de la Fe. Pidamos por ello, busquemos para hallar, llamemos para que se nos abra. Gracias Santo Padre. Que Dios le bendiga.
Alfonso V. Carrascosa
Cientifico en el CSIC