En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede»
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (San Juan 6, 60-69).
COMENTARIO
Eligiendo no al azar, pero tampoco con rigorismo, la relación del discípulo con Jesús, tal como la describen los últimos Papas, diría lo siguiente; de san Juan Pablo II el “¡No tengáis miedo!”; del venerado Papa emérito Benedicto XVI “Jesucristo no nos ha quitado nada”; y de nuestro querido Papa Francisco, puede servirnos “El Evangelio de la alegría”. Detrás de cada una de estas frases hay un largo recorrido acerca del conocimiento de Jesús, de su amor hacia Él y, necesariamente, de la exigencia de su doctrina.
A veces, los hombres, somos “cortos de vista”, y sólo nos quedamos con la última parte, la exigencia, sin aceptar ni profundizar que quizás ese sacrificio, ese olvido de sí, ese actuar contracorriente, en definitiva, el espíritu de mortificación que hace coherente y la vida cristiana, es solo la sombra que hace más bella la luz del conocimiento y el amor de Dios, del trato con su Hijos, Jesucristo.
Y esto es lo que, en parte, pasa en este pasaje. Jesús, en los versículos anteriores al pasaje que comentamos, les ha explicado que Él es la verdadera comida, la verdadera bebida, que es el pan bajado del cielo.
La respuesta primaria de los que le escuchan es la no aceptación de las palabras del Salvador. Cosa que no les pasa a los doce apóstoles, es decir, a los que le tratan de cerca que, confiada y abiertamente, le dicen al Señor. Si te dejamos ¿a quién iremos?
Hoy, al meditar este pasaje se nos ofrece la espléndida necesidad de querer estar cerca de Jesús, sin miedo, sabiendo que aporta, que nos llena de alegría… así lo muestran los Romanos Pontífices. Aprovechemos las contrariedades reales o ficticias que la vida nos presenta para fomentar el verdadero espíritu de mortificación, convencidos que eso que no entendemos no es final ni lo único, sino un pequeño “pago” de todo lo que nos aporta estar muy cerquita del Señor que, no sólo es el Pan, sino también la única y auténtica Víctima.