«Dijo le Yahvé: ¿Qué tienes en tu mano? Un cayado, respondió él. Yahvé le dijo: Échalo tierra. Lo echó a tierra y se convirtió en serpiente; y Moisés huyó de ella. Dijo Yahvé a Moisés: Extiende tu mano y agárrala por la cola. Extendió la mano, la agarró, y volvió a ser cayado en su mano. Para que crean que se te ha aparecido Yahvé, el Dios de sus padres, el Dios de Abrahám, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob» (Éx 4,2-5).
Hemos podido ver que Moisés tiene dudas muy serias de que pueda cumplir la misión que Dios le ha encomendado. No es que no se fie de Él; de quien no se fía es de sus hermanos los israelitas. No cree que le vayan a aceptar así como así que se ponga a darle órdenes y que las acaten. El escepticismo, cuando no la burla, incluso la agresión, que Moisés prevé por parte del pueblo son más que razonables. A unos hombres y mujeres tantos y tantos años sometidos brutalmente les convencen los hechos, no los bellos discursos.
Dios oye la reticencia de Moisés como si ya la esperase. Pasa por encima de lo que podría ser la reacción de los israelitas ante su enviado y se limita a decide que arroje su cayado al suelo. Así lo hizo. Y cuál sería su sorpresa al ver con sus propios ojos que la vara que hasta hace poco había sostenido en sus manos, se había convertido en una serpiente.
El simbolismo de lo que Moisés acaba de ver y de ser testigo es muy rico en su significado. Ya sabemos que Moisés era pastor, cuidaba y llevaba a apacentar los rebaños de su suegro Jetro, Fue justamente desempeñando su pastoreo cuando Dios se le apareció y habló en la zarza ardiente del Horeb. Como todo pastor, también Moisés tiene su cayado, que bien útil es para enderezar y guiar los rebaños.
Recordemos que Dios le salió al encuentro y le confió una misión que implicaba un cambio de rebaño. Pasará de guiar y conducir unas ovejas más o menos tranquilas y que no le dan grandes problemas, a otras que, golpeadas por la vida y la historia, tienen el rencor, la desconfianza e incluso la violencia a flor de piel. Con unas ovejas así, fácil es que Moisés actúe con la misma moneda, con rencores y violencias. No tiene que buscar estas actitudes muy lejos de él; como todos los hombres, las lleva dentro. Para entender esto basta que recordemos lo que dice Jesús acerca de nuestro corazón: «Del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez…” (Mc 7,21-22).
Al mandar Dios a Moisés que arroje en tierra su cayado yal convertirse éste en una serpiente, le está dando una catequesis fortísima, le está haciendo ver que no le ha elegido a él porque sea mejor que nadie de su pueblo. De hecho si Moisés hubiese pretendido liberar a Israel por su cuenta, sin contar con Dios, llevaría en su empresa la marca de sus debilidades humanas en todas sus dimensiones; saldrían a la luz todas las violencias y ambiciones propias de su corazón. Corazón que Dios le hace ver al convertir su cayado -signo de su autoridad- en una serpiente. Sabemos que este reptil personifica al príncipe del mal, el que engañó, sedujo y sometió a Adán y Eva.
Hay, claro está, un por lo menos intento de pastoreo del príncipe del mal sobre el hombre, y al que la Escritura da un nombre: el pastoreo de la Muerte. Respecto a esta realidad podemos adentramos en uno de los salmos de la Biblia. En él se habla del hombre necio, insensato, el que se preocupó de vivir sólo para su nombre y no para el de Dios. Es tan necio que de cara a la trascendencia no tiene más luces que las simples bestias del campo. Oigamos al salmista: » … Sus tumbas son sus casas para siempre, sus moradas de edad en edad; ¡ya sus tierras habían puesto sus nombres! El hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja. Así andan ellos, seguros de sí mismos, y llegan al final, contentos de su suerte. Como ovejas son llevados al Seol, los pastorea la Muerte…” (Sal 49,12-15).
El signo que Yahvé hace patente a los ojos de Moisés es de una claridad excepcional. Moisés no es más que aquellos hermanos suyos a quienes es enviado. Al final creerán en él cuando sean testigos de que no actúa solo, por su cuenta y para sí mismo, sino por y con Dios, que le ha enviado a ellos. Así y solamente así es como podrán creer. A continuación Dios le muestra aún con más fuerza el simbolismo del cayado.
Le manda que coja con sus manos la serpiente. Nos imaginamos que con no poco temor Moisés obedeció a Dios, que una vez más le sorprendió haciendo que el reptil que acaba de coger pasa nuevamente a ser su cayado, el mismo que acababa de arrojar a la tierra.
Moisés va a pastorear a su pueblo sabiendo que es como ellos, débil, rebelde, pecador, etc.; mas sabiendo también que Dios le ha dado el don de pastorear con su espíritu. El cayado de Moisés es signo profético del cayado del Buen Pastor, el que conforta a sus ovejas y las conduce hacia el Padre: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6).
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Buenas ensenanza al Pueblo de Dios, continuen edificandonos que, las Palabras de nuestro Señor, nunca retorna atrás vacía, Dios lo continúe bendiciendo.