Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo: «Sígueme.»
Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»
Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.» Lucas (9,51-62)
El mes de junio siempre anuda aconteceres diversos; entre ellos, la finalización de un curso académico, las sencillas o no tanto, situaciones veraniegas, donde la gente joven se plantea un voluntariado, la perfección de un idioma y un etc. largo. Este año, además, tenemos elecciones. Y, casi todos, llevamos en la mochila cansancio.
El pasaje evangélico de hoy, nos conduce, entre otras enseñanzas a seguir adelante una y otra vez, siempre, a pesar de las posibles o reales dificultades que la vida nos depara ¿ Cómo y por qué hacerlo? Como lo hizo Jesús, porque lo hizo Jesús. Veámoslo.
En el capítulo cuarto de Lucas se narra que el Señor, que estaba comenzando su ministerio, fue rechazado por los de Nazaret; en los versículos de hoy, Jesús está iniciando una nueva etapa de su camino salvador; es rechazado nuevamente; esta vez por los samaritanos. Ambos rechazos indican claramente que su misión evangelizadora y salvadora no será tarea fácil. Jesús, que lo sabe y lo nota ¿y qué hace? Seguir decididamente hacia la Cruz, porque está cumpliendo su tarea redentora. Tiene que vivir su Pasión y su Muerte, que culminaran en su gloriosa Resurrección y en la Ascensión a los cielos.
Así es la coherencia sufriente y feliz de la vida cristiana, de cada hombre. En realidad, no vamos hacia la Cruz, sino con la Cruz hacia la gloria. Por ello, en ese nuestro acontecer diario, hay no sólo que aceptar sino amar la mortificación –activa, porque la buscamos para desagraviar; y pasiva, porque nos llegan para purificarnos-. No es tarea fácil, pero absolutamente necesaria para llegar al cielo. No olvidemos que entre las primeras preguntas del Catecismo se nos recuerda que la señal del cristiano es la santa Cruz.
Recojo una cita de San Josemaría -este día 26 se cumplen cuarenta y un años de su marcha al cielo- en la que nos ayuda a amar la Cruz. Dice así: “… Jesús, muriendo en la Cruz, ha vencido la muerte. Dios saca de la muerte, vida. La actitud de un hijo de Dios no es la de quien se resigna a su trágica desventura, es la satisfacción de quien pregusta ya la victoria (…) Hemos de luchar contra el mal, contra la injusticia, contra el pecado, para proclamar así que la actual condición humana no es la definitiva; que el amor de Dios, manifestado en el Corazón de Cristo, alcanzará el glorioso triunfo espiritual de los hombres” (Es Cristo que pasa, núm.168) .
Se trata de llenar nuestra mochila de amor, no de cansancios, Aunque pese. Vale la pena.