Dice San Agustín que la fe es tan necesaria para la vida como las raíces para un árbol. Para David, un joven británico de 25 años, este pensamiento agustiniano está cargado de razón. Cansado de ir tras voces quiméricas que no le proporcionaban más que vacío e insatisfacción, un buen día oyó una voz distinta. Su eco no recordaba la tristeza de las promesas incumplidas, sino la alegría eterna de la Alianza hecha carne. Ahora David es un hombre nuevo. Renacido por la fe a la esperanza, su vida cobra sentido, pues se sabe amado en donde ni él ni nadie puede hacerlo. Es asombroso ver cómo el mismo corazón que el mundo asfixia, al encuentro con Dios se expansiona.
¿Qué idea de Dios tenías?
En mi casa no ha habido una transmisión seria de la fe. Mis padres son protestantes pero no practican, con lo cual lo que sabía de Dios era básicamente por el colegio y también por las Navidades o Pascua, aunque estas fiestas las celebrábamos más por tradición que por devoción.
¿Cuándo comenzó en ti el deseo de trascendencia?
En mi adolescencia pasaron dos sucesos extraños que hicieron plantearme que había algo más que esta vida. Una fue la muerte de mi abuelo, que soñé que iba a pasar; la otra cuando mi hermano tuvo su primer episodio esquizofrénico. Como yo no entendía nada, mi primer instinto fue ir a una iglesia católica a rezar. Aparte de estas dos situaciones inexplicables para mí, me sentía muy vacío y deprimido. Tenía una vida normal, sin problemas, con amigos, familia y una situación acomodada en casa, pero me faltaba algo. Mucha gente piensa que el dinero lo es todo, pero cuando naces en una familia a la que no le falta de nada te das cuenta de que no es suficiente, que necesitas algo más.
¿Qué hiciste para llenar ese hueco?
Paul es un chico al que conocí cuando tenía 16 años y cuya familia era católica, aunque él no practicaba. Me llamaba la atención lo moderno y marchoso que era. Cuando fui a la universidad en Manchester, coincidí con él y retomamos la amistad, pero para mi sorpresa Paul había cambiado. No tenía nada que ver con el que yo conocí. Había dejado su época rebelde y vivía la fe de un modo más comprometido junto con un grupo de católicos en la universidad. Este cambio en él me hizo cuestionarme la vida. En medio del campus universitario había una iglesia católica. Por mi amor a la música me apunté al coro y después de los ensayos me sentaba en el último banco mirando al sagrario. No sabía exactamente qué hacía allí, pero me sentía bien. Se lo conté a Paul y me invitó a las reuniones con el grupo de jóvenes católicos. Empecé a asistir a ellas e ir a Misa; me encontraba muy a gusto con ellos.
¿Cómo eran esos jóvenes? ¿Qué destacarías de ellos?
Había algo en ellos diferente a mis otros amigos. Los protestantes también tienen su fe, sus ritos, pero a mi no me transmitían nada. Con el protestantismo te da la sensación de que estás solo, tú y Dios, nada más, mientras que en el catolicismo se vive la fe en comunidad, acompañado, y yo lo prefiero. También me llamaba la atención la santidad de los sacerdotes, su entrega a los demás. Lo mejor de todo es que no había ninguna presión. Mucha gente pensaba que me estaban lavando el cerebro, pero yo me sentía más libre que nunca.
¿Cuándo diste el paso para un mayor compromiso?
Estaba tan feliz yendo al coro y a misa que le pedía al sacerdote que me diera catequesis para profundizar más en el catolicismo. Empecé en noviembre y el 17 de marzo, día de San Patricio, recibí mi Primera Comunión y la Confirmación. Como ya estaba bautizado por el rito protestante, el sacramento era válido y no necesita rebautizarme.
¿Cómo reaccionaron tus padres y hermanos?
Ellos me acompañaron ese día, pues sabían que era muy importante para mí. Siguen sorprendidos por esto, pero como me ven feliz, me respetan y apoyan. Con mis padres hablo de ello y reconocen que también necesitan algo más en sus vidas, pero la diferencia es que, a sus sesenta años y con la vida asentada, les cuesta dar el paso. Yo les he dicho que nunca es tarde y no pierdo la esperanza de que algún día se conviertan, pero me imagino que no puede ser de la noche a la mañana. No dejo de pedírselo a la Virgen.
¿Qué te ha enamorado de Dios?
Primero que sea un Dios de amor y no de temor. Jesucristo hace accesible al Padre, un Padre cercano que me conoce perfectamente, más que yo, que todavía me estoy descubriendo. Tengo los mismos problemas de antes, pero ahora encuentro su consuelo en la oración. Yo confío en Él; sé que hay un camino. Pero también me maravilla el milagro de la consagración; que allí se encuentre el cuerpo y la sangre de Cristo.
¿Cómo vives ahora tu fe?
Acabé la universidad y regresé a Notthingam con mi familia. La vuelta a casa ha sido dura. Me costó mucho dejar la comunidad católica de allí, los amigos, aunque sigo teniendo relación con ellos. Manchester es la zona más católica de Inglaterra, Notthingam es más protestante. El reto es no caer en la rutina rezando. Como nunca antes había rezado, no sabía bien cómo hacerlo, pero he descubierto el Rosario y lo he incorporado a mi vida. Para mí es una oración muy accesible; lo rezo todos los días y me ayuda mucho. Procuro ir a misa en cuanto puedo, además de los domingos, y me suelo confesar una vez por semana.
¿Eres consciente de que este tesoro que has encontrado puede ser arrebatado por el Maligno?
Desde luego. Es muy fácil venirme abajo, descorazonarme, porque a veces me siento un bicho raro. Aunque la comunidad católica va creciendo, todavía son pocos los que van a misa y esto a veces me hace entrar en tristeza. Cada día tengo un combate, porque tiendo a ser muy exigente y crítico conmigo mismo. Esto me hace sufrir, pero gracias a Dios sigo ilusionado.
Pero Dios no te ha elegido por ser perfecto, sino por pura gracia suya.
Sí lo sé; por eso me gustaría que se convirtieran amigos míos que los veo necesitados. Sobre todo un gran amigo no creyente, con el que discuto sobre temas de fe. Yo sé que no es feliz, pero no quiere escucharme.
¿Has sufrido persecución por seguir a Jesucristo?
Sí, es difícil pasar desapercibido, pues a la gente le llama la atención. Mis amigos no se suelen meter directamente conmigo, pero sí con la Iglesia Católica o con el Papa. En concreto, con dos amigos he tenido grandes discusiones porque creen que me estoy equivocando. También me llamó la atención que un agnóstico me felicitara por mi conversión y me confesara que ojala él pudiera hacer lo mismo.
¿Has empezado a ver frutos en tu vida?
Ahora me siento más libre que nunca. Llevo veintidós años de ateo y tres siendo católico. Soy consciente de que estoy en un proceso y que esto no es de la noche a la mañana, pero mi vida tiene un sentido que va más allá de hacer las cosas propias de mi edad o de consumir el tiempo. He descubierto que tengo un Padre y una Madre maravillosos. Además, si Dios tiene poder para despertar en mí este espíritu, con lo racional que soy, lo tiene para muchas cosas más. Trabajo en una asociación benéfica para enfermos de esquizofrenia que han salido del hospital y tienen dificultades para integrarse en la sociedad. Actualmente me estoy leyendo un libro de la Madre Teresa de Calcuta que habla de su experiencia en ver a Cristo en los pobres. Yo también le pido a Dios ver a Cristo en los enfermos que cuido.
¿Qué les dirías a tantos jóvenes que rechazan la mano tendida de Jesucristo que quiere rescatarles del sinsentido de sus vidas?
Pese a los avances tecnológicos, somos el mismo ser humano que hace dos mil años necesitaba a Jesucristo. Eso no cambia. También les diría que no se crean las críticas que lean o escuchen sobre la Iglesia Católica, sino que la descubran por sí mismos; que no cierren su mente a Dios, pues con Él hay otro camino, el que va directo a la felicidad.