«En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?”. Jesús les respondió: “Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme”. Se pusieron a deliberar: “Si decimos que es de Dios, dirá: «¿Y por qué no le habéis creído?» Pero como digamos que es de los hombres…”. (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: “No sabemos”. Jesús les replicó: -“Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”». (Mc 11,27-33)
En este capítulo 11 del evangelio de San Marcos se acaba de producir el episodio de la expulsión por parte de Jesús de los vendedores del templo, convertido en “cueva de bandidos”. Y narra Marcos que “Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza”. Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salen de de la ciudad Y el evangelio de hoy comienza dando noticia de la vuelta de Jesús a Jerusalén y describe la escena de Jesús paseando por el templo, y a quien se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntan: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?”.
Indudablemente en esta pregunta no sólo tienen presente la citada expulsión. Es que en los primeros versículos del capítulo (Marcos 11,1-10) han contemplado la entrada mesiánica de Jesús en la ciudad, al grito de «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Al día siguiente fueron testigos de cómo al sentir hambre Jesús y dirigirse a una higuera, viendo que no tenía frutos la maldijo; y, días después, al pasar de nuevo por ese lugar observaron que se había secado. Aún pudieron escuchar otra “blasfemia” de Jesús: al apreciar que la higuera estaba seca, Pedro se dirige a Jesús constatando el hecho. Y Jesús les responde: “Tened fe en Dios” y después: “Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis”. No hay duda de que los escribas, los fariseos y los ancianos se muestran absolutamente sorprendidos por estas palabras y estos hechos de Jesús que van transcurriendo deprisa en la narración evangélica, como escenas de una película…
Pero Jesús ante la pregunta, les contesta con otra pregunta y les dice que si le contestan les dirá de dónde le viene su autoridad: “El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres?”. Y se muestra muy incisivo, reiterándoles: “Contestadme”. Pero finalmente contestan: “No lo sabemos”. Y entonces, de nuevo para su sorpresa, Jesús les dice: “Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.”
Jesús les habla con autoridad y con valentía, sabiendo que su misión procede del Padre y que, como el bautismo, viene de lo alto, procede de Dios. Tal vez nosotros estemos juzgando a esos judíos, y sin embargo no somos mejores que ellos: también dudamos continuamente si Él lleva nuestra historia y la historia de la humanidad cuando no entendemos tantos acontecimientos cotidianos que difunden los medios de comunicación.
En el fondo Jesús, enfrentándose a la autoridad temporal, está animando a sus discípulos y a nosotros mismos a confiar más en nuestro Dios que en los hombres, en los gobernantes…Los judíos que aparecen en este evangelio están envueltos en la duda, no tienen certezas…Una imagen en la que muchas veces nosotros nos sentimos inmersos, cuando no confiamos en Dios, cuando no aceptamos nuestra vida y nos surge la duda en el camino de la fe…¿No es cierto que viendo nuestros pocos frutos demasiadas veces nos sentimos higuera estéril?
La respuesta final de los judíos es antológica: “No sabemos” ¿Dónde ha quedado esa aparente seguridad de quienes exigían respuestas a Jesús? Muchas veces nosotros tampoco sabemos, desconocemos cómo interpretar nuestra historia, sentimos que nos faltan la sabiduría y el discernimiento… Demasiadas veces en nuestro camino de bautizados, de creyentes, decimos que no sabemos, que no entendemos… Por ello, este evangelio hay que ponerle en consonancia con los versículos anteriores. Precisamos mucha oración, con esa confianza absoluta que indicaba Jesús a Pedro. Necesitamos humildad para pedir y para confiar en Dios, para poder vivir en la esperanza de que el Señor lleva nuestras vidas y la de nuestro mundo. Demasiadas veces enmendaríamos la plana al mismo Dios y cambiaríamos el curso de la historia según nos parece a nosotros que debería transcurrir. ¿No será que muchas veces nosotros somos como esos escribas, fariseos y ancianos, que parecen tener las claves de todo?
Juan Sánchez