Aventurero es el que busca aventuras, siendo una aventura un suceso de lance extraño. A lo largo de la historia siempre ha habido aventureros. Forman parte de la riqueza humana. En todos los tiempos han surgido hombres, en cierto modo inconformistas con la sociedad en la que vivían, que han optado por buscar nuevos modos de vida o han tratado de descubrir lugares hasta entonces ignotos. Muchos de ellos han sido exploradores.
Unas veces eran hombres que buscaban oro o especias, así como la conquista de las tierras donde se producían bienes preciosos. Movidos en ocasiones por poderosas fuerzas interiores, se lanzaban a conseguir, no sin abundantes esfuerzos, aquello que podía reportar beneficios materiales o la fama, aunque esto, por lo general, en segundo lugar. En el siglo XVIII surgen nuevos aspectos de la exploración. Ya no se hace por supervivencia o intereses materiales: la aventura es buscada como un fin aunque no reporte beneficio alguno. Al salirse del modo de vida organizado, las empresas aventureras acaban no pocas veces con desgracias, incluida la muerte. Numerosos aventureros han quedado en el olvido tras su desaparición; otros, aun regresando victoriosos, no dejaron constancia de sus andanzas. Tan sólo los que les siguieron posteriormente pudieron valorar sus esfuerzos y beneficiarse de sus descubrimientos. Ha habido, sin embargo, aventureros que plasmaron por escrito sus logros, hazañas y vicisitudes. Sus relatos son, muchas veces, apasionantes. En ellos descubrimos auténticas gestas en las que, junto a la descripción de lugares, gentes y circunstancias, los autores han expresado sus sentimientos entre los que aparecen referencias religiosas. Las arriesgadas situaciones en las que con frecuencia se encontraban les llevaban a recurrir a quien confiaban que podría resolver su peligro. Encontramos así numerosas invocaciones a la Providencia considerada como un amparo de Dios. En otras ocasiones lo hacen como agradecimiento o simplemente —y no es poco— como exaltación de la grandeza de Dios. Las referencias religiosas son frecuentes en los aventureros. Es algo natural. El hombre es por naturaleza un ser religioso; la religiosidad forma parte de su esencia, aunque también es cierto que en muchas ocasiones esta faceta del ser humano queda olvidada, o al menos relegada, pero en los momentos de dificultad siempre surgirá la solicitud de la ayuda. A veces aparecerá también como una manifestación de alabanza ante un bien conseguido y que lleva a expresar su reconocimiento aunque no llegue siempre a ser consciente de que está dirigiéndose al Creador. He aquí una muestra de cómo nombres tales como Charles Sturt, David Livingstone o Sam Baker son un claro ejemplo del recurso a Dios en los aventureros: ir con Dios es caminar seguros, aunque guarde silencio En Australia, en1843, un oficial colonial de bajo rango llamado Charles Sturt (1795-1869) se encontraba en la miseria, por lo que decidió dedicarse a la exploración para hacer algún dinero. Ya había ayudado a levantar el mapa del sistema fluvial del sudeste de Australia, pero ahora propuso abrirse paso al corazón del continente. Partió de Adelaida en 1844 y regresó al año siguiente, sin haber alcanzado ningún objetivo. Había partido en un año de sequía y sufrió las consecuencias: escorbuto, hambre, sed y unas temperaturas tan elevadas que sus termómetros estallaron. Pero llegaron más lejos que ningún europeo hasta la fecha y allanaron el terreno a las expediciones posteriores. Falleció en 1869 de forma lamentable, rompiéndose una pierna al cruzar una calle. Durante cuatro meses, junto con sus hombres intentaron en vano abrirse paso en el desierto. Sturt escribió sus sentimientos y descubrimientos en unas emotivas cartas dirigidas a su esposa: Domingo, 5 de octubre de 1845. Así, querida, ha finalizado el viaje que iba a decidir el éxito o el fracaso de la expedición. Por segunda vez, nos hemos visto obligados a regresar al interior (…) y mi dolorosa impresión es que, a pesar de mis esfuerzos, no he realizado descubrimiento alguno que me haga merecedor de mérito ni recompensa y que, por tanto, he fracasado en el único objetivo que me llevó a emprender esta extraordinaria misión. La Providencia me ha negado ese éxito que había coronado mis esfuerzos previos y siento que, en lugar de beneficiar a aquellos por cuya felicidad y bienestar he realizado tantos sacrificios, sólo les he hecho daño. En vano he rogado al Todopoderoso el éxito de esta importante ocasión. En vano he implorado para que os bendijera, a ti, a mis hijos y a mí mismo. Pero mis plegarias han sido rechazadas, mi petición ha sido rehusada y siento que he estado luchando contra los poderes celestiales en un desesperado intento contra las estaciones, y que ahora soy un hombre vencido sobre cuya cabeza pesa el más oscuro destino. Sólo Dios sabe (…) las dificultades y las decepciones que me han abrumado de principio a fin.1 David Livingstone (1815-1873), misionero anglicano, fue quizá el más importante explorador del extenso continente africano. Livingston nació en Escocia en 1813; muy interesado por el primer misionero alemán en China, Guetzlaft, emprendió los estudios necesarios para ser misionero. Como la guerra del Opio cerró el paso a China, encaminó su apostolado al sur de África. Allí discurren 28 años de su vida; primero como misionero, después, como explorador, pero lleno siempre de un profundo espíritu cristiano. Descubrió el lago Ngami (1849), y continuó su marcha hacia el Atlántico, por el río Zambeze, en el que descubrió las “más sorprendentes cataratas del mundo” a las que dio el nombre de Victoria. La hazaña de ser el primero en cruzar el continente africano de este a oeste le llevó a ser recibido en Inglaterra con toda clase de honores. En 1867 realizó una nueva expedición tratando de localizar las fuentes del Nilo. Durante esa expedición Livingstone desapareció, y en su búsqueda partió un oscuro cronista inglés, financiado por el periódico americano “New York Herald Tribune”. El encuentro entre Livinstone y Stanley constituye una página extraordinaria de la historia de las exploraciones en África. Pocos días antes de emprender su última empresa, había enviado al periódico una carta con unas líneas que tienen calidad de testamento: “Derrame el cielo las más generosas bendiciones sobre aquel, cualquiera que sea, inglés americano o turco, que pueda curar al mundo de la abierta herida del comercio de esclavos” Murió en otra exploración en mayo de 1873.# Sam Baker (1821-1893) fue un fanático de la caza mayor. Viajó por el mundo en busca de lugares exóticos y novedades que cazar en ellos. Entre otras expediciones, emprendió una a la fuente del Nilo. Armado con varios rifles, un uniforme de las Tierras Altas de Escocia, un inexpugnable sentido de la virtud y un buen par de puños, además de un siempre menguante séquito de porteadores y criados, Baker penetró decididamente en África hasta encontrar su objetivo. Marchó después con sus armas a Egipto, Chipre, Siria, India, Japón y América. La esposa de Baker era húngara y le acompaño en todas sus expediciones. En una de ellas, tuvo un grave accidente y, mientras estuvo sin sentido, Baker permaneció junto a ella. Contemplaba las primeras vetas rojas que anunciaban el amanecer cuando me sobresaltaron las palabras “Gracias a Dios” pronunciadas débilmente a mis espaldas. (…). Cuando desperté, ya había amanecido. Ella yacía inmóvil en el camastro, pálida como el mármol, pero al mirarla, atemorizado, comprobé que su pecho respiraba suavemente, sin las sacudidas convulsivas de la fiebre. ¡Estaba salvada! Cuando ya no nos quedaba ni un rayo de esperanza, sólo Dios sabe que nos ayudó. Es imposible describir la gratitud que sentí en aquel momento. Y en otra expedición al Nilo entre 1871 y 1873, Florence escribe a su hijastra una carta en la que describe las dificultades a las que se enfrentaron, pero concluye con agradecimiento: “Gracias a Dios”, tu querido padre había previsto las dificultades y contaba con una extensa provisión de buenas herramientas, como palas, azadas, podaderas, etc. y siempre se adelantaba en un pequeño bote de remos para sondear la profundidad del agua y explorar el miserable terreno. No había tierra seca ni tampoco aguas profundas, tan sólo pantanos horribles y mosquitos. Muchos de nuestros hombres perecieron. (…) “Gracias a Dios”, tu querido padre, a pesar de toda la responsabilidad, el arduo trabajo y la angustia de la expedición, nunca enfermó. Debido a la escasez de comida, Sam y Florence aguardaron el sacrificio del mono que les había sido su mascota. Desanimado, Sam Baker escribió: Me sentiré muy agradecido cuando abandone esta tierra abominable (…) Estoy harto de la expedición, pero seguiré adelante; sólo Dios sabe cómo terminará. Sólo deseo que llegue el día en que vuelva a ver mi querida Inglaterra.2