«En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: “El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante”. Juan tomó la palabra y dijo: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir”. Jesús le respondió: “No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro”». (Lc 9, 46-50)
“El que acoja a uno de estos más pequeños, a mí me acoge, y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado”, ¿qué quieres decirme, Señor? ¿Que en el más pequeño, en el débil, en el que nadie quiere, en el despreciado estás Tú? ¿El mismo Dios, en el indefenso, en el que sufre, en el rechazado? Sí. Ahí estás tú. Misteriosamente en ese último, estás tú. Amándole, y amándome cuando yo le acojo. El Señor en mi corazón y en mi casa, cuando acojo al menospreciado.
Y una forma de cumplir esta Palabra en mi vida, la de acoger al más pequeño, al débil, es a través de la apertura a la vida. Acogiendo los embarazos como voluntad tuya en mí. Acogiendo la vida que se gesta en mi seno. En el seno de cualquier mujer. Así te tengo a Ti, puedo experimentar la dicha de amarte en mis hijos. Porque ahí estás tú. Que en este mes de octubre en que se celebrará la III Gran Marcha en Defensa de la Vida, pueda, Señor, acoger a mis hijos como don tuyo que son, y que mi vida sea una acogida real al débil, al indefenso, al que sufre.
Y hoy también me dices: “El más pequeño entre vosotros, es el más importante”, o lo que es lo mismo, “quien quiera ser el mayor entre vosotros, que sea el último”. Qué revolución. Esto sí que es cambiar las estructuras, servir y no ser servido. Amar sin esperar nada a cambio. Es decirle al que tengo al lado, pasa tú delante, que yo te sigo. O lo que es lo mismo, considerar al otro como superior a mí.
Si yo pudiera hacer esto, conocerme tan profundamente en mi realidad, que viera que todo me viene de ti… Sería feliz, porque sería humilde. No tendría que aparentar, ni buscar el reconocimiento de los demás, lo dejaría todo en tus manos. Porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Qué descanso ser el último, considerar a los otros como superiores, con su dignidad igual que la mía, sin luchas, dejándoles su sitio de Hijos de Dios —igual que yo—. Entonces podría acurrucarme en Tus brazos, como niño pequeño en brazos de su madre. Y confiaría. Y diría: “Hágase en mí según tu Palabra”. Y sería feliz.
Victoria Luque