«En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre”». (Jn 6,51-58)
El Señor ha producido un altercado por las palabras que ha dicho. Se peleaban entre sí los judíos porque no entendían lo que Jesús les decía sobre su Cuerpo. Cuando el Señor se pone misterioso se pone misterioso, y hay que dejarlo; a su aire. Lo mejor te lo dice el Señor por vía de misterio.
A lo largo de los siglos, en las controversias eucarísticas (como en cualquier otra controversia dogmática) se ha tratado de racionalizar el misterio despojándolo de toda sobrenaturalidad. Siempre igual. La fe, cuando no se sabe encajar, produce irritación, enfado, y la razón empieza a cortar cabezas, caiga quien caiga. El dogma es una formulación racional de una verdad de fe. Es una utilización adecuada de la razón, al servicio de la fe revelada. Reconoce una verdad misteriosa como revelada por Dios y que tiene carácter doctrinal para los fieles. La Trinidad es un misterio que, sin quedar atrapado en las formulaciones dogmáticas, queda expresado por las mismas. Se enfadan, se enfadan los judíos porque no comprenden. Aman, aman los santos, porque no entienden. La fe la metabolizan y la transforman en amor. Son oscuros los caminos de estos hermanos nuestros que ya han llegado al Cielo por misericordia del Señor. San Juan de Ávila, estando muy enfermo y con grandes sufrimientos, pedía más dolor y más amor. El amor santo no es para entenderlo sino para vivirlo. ¿Quién puede entender adecuadamente el misterio de la Encarnación? A veces, el no entender origina el mayor amor. Sí, el mayor Amor.
La Eucaristía es un misterio de amor, el sueño de amor del Señor. Él inventa su propia humillación, su propia inmolación, para darnos vida. No le bastaba morir en la cruz, sino que quiere inmolarse incruentamente por todos cada vez que se celebra la Eucaristía. De lo que se trataba era de no dejar de inmolarse. Dejémosle con sus auténticas ansias de padecer por amor, admirémosle, amémosle. Hay que dejarle hacer. Hay que consumar el sacrificio de amor, comulgando con reverencia y respeto.
El sacrificio de Cristo funda la comunidad. En el origen no fue la comunidad sino el sacrificio, en torno al cual se forma la comunidad. El sacrificio de uno crea iglesia, funda sacerdocio ministerial y un pueblo de reyes. El sacrificio de Cristo se dio en medio de los discípulos, pero es su sangre eucarística y su carne las que se encargan de transformar una reunión espiritual en una iglesia sacramental. El sacramento, que se celebra comunitariamente, es en su origen de índole individual. Es Cristo el que instituye los sacramentos, una persona. Los sacramentos, en su esencia, no son un invento de la Iglesia. Por eso, todo sacramento encuentra su fuerza en la eficacia redentora de un solo hombre, de Jesús de Nazaret. Es la persona de Cristo la que da vida sacramental a la comunidad eclesial. La Iglesia vive de la sacramentalidad de Cristo.
Un sacramento sin comunidad no tiene sentido porque fueron instituidos para ella. Pero conviene reforzar la elemental centralidad de Cristo en cada sacramento para evitar una posible socialización del mismo en desdoro de la gracia. El sacramento procede de Cristo y lleva a Cristo. Son los sacramentos canales de amor, ríos de gracias santificantes, generadores de sanación y redención.
Pero… los judíos se peleaban porque no entendían. Es curioso que la Eucaristía, que se nos da para hermanar en Cristo y santificar, tenga en su origen disputas judías y pecado de terrible deicidio. El comienzo del amor sacramental se da entre odios humanos judaicos. El Pan de vida se da en contexto mortecino “judásico”. Los discípulos también forman parte de la fiesta macabra: disputaban en la última cena quien era más importante. La fiesta del amor humilde se dio entre la fiesta de la soberbia.
¿Y por qué así? ¿Por qué no se preparó la Eucaristía en otro contexto donde se aseguraría la paz y la humildad? ¿Por qué no pudo ser cuando Jesús era un niño? ¿Por qué el Padre permitió la cruz para el recién estrenado sacramento? ¿Por qué el amor fue drama? Yo no me enfado por no entender. No entendiendo bien amo mejor, con más mérito, con más paz, con más sobrenaturalidad. La oscuridad de la fe da alas al Amor. Al menos eso dicen los santos.
Los judíos se peleaban por un “cómo”. Nosotros amamos ese cómo. El cómo produce amor. Nos gusta su Cuerpo blanco y su fuerte sangre. Nos parece muy bien cómo hace el Señor las cosas. No es pelea sino unión lo que este Cuerpo me produce. Unión con Dios y unión con los hermanos. Me encuentro en posesión de la vida eterna. Me encuentro habitando en Él. Gusto la permanencia eterna de su amor.
No entiendo cómo no se va diariamente a misa, para comulgar. Es el único cómo que no entiendo y que me apena. Todo el discurso comunitario de san Juan habla de la intimidad del Señor con la persona. Siendo la Eucaristía trasunto comunitario, es cosa de dos también, porque es Cristo quien busca a cada uno, aunque lo haga comunitariamente, en espíritu de amor.
Francisco Lerdo de Tejada