En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre» (San Mateo 10, 16-23).
COMENTARIO
¡Qué regalo más estupendo el que nos promete Jesucristo en este Evangelio! Por ser testigos de su salvación, de su muerte y resurrección, Jesucristo nos promete, como premio, la persecución por su nombre. Jesucristo nos dice en el sermón de las bienaventuranzas: bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa; alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Cuando Pedro y los discípulos comparecen ante el Sanedrín por segunda vez, después de haberles advertido que no predicasen en el nombre de Jesucristo, les azotaron y después les dejaron libres. Ellos se marcharon contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Jesucristo. Y es verdad que ser insultados y perseguidos por el nombre de Jesucristo es una gran alegría. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer este premio? Ojalá, Dios nos conceda disfrutar de él.