En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: «Chaparrón tenemos», y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: «Va a hacer bochorno», y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo» (San Lucas 12, 54-59).
COMENTARIO
“Haz que todos los fieles de la Iglesia sepan discernir los signos de los tiempo a la luz de la fe y se consagren plenamente al servicio del Evangelio. Concédenos estar atentos a las necesidades de todos los hombre para que, participando en sus penas y angustias, en sus alegrías y esperanzas, les mostremos fielmente el camino de la salvación y con ellos avancemos en el camino de tu reino” suplica el celebrante en nombre de todo el Pueblo de Dios en la plegaria eucarística “D-2” del nuevo Misal Romano.
Es la invitación del Concilio Vaticano II que en el nº 4 de la constitución “Gaudium et Spes” indica que es un deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, en cada generación, la Iglesia pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad… y para ello es necesario saber leer en la historia. Y para saber leer hay que conocer los signos y fijarse con atención.
De pequeño, recuerdo que en los campamentos juveniles nos enseñaban a prever el tiempo observando las hormigas, el vuelo de las aves, la forma de las nubes, el color del horizonte, el cerco de la luna… y había que fijarse. Hoy en los campamentos enseñan… otras cosas. Para el tiempo, como para otros menesteres basta con consultar el teléfono móvil. No hace falta observar ningún detalle. No hay que complicarse pudiendo ir a lo fácil. Quizás sea este el primero de los “signos de nuestro tiempo”: estar más pendientes de la pantalla de un celular que de lo que ocurre alrededor. Incluso lo que ocurre alrededor, hasta lo más cercano, hasta los más cercanos, los percibimos virtualmente a través de la pantallita. Cada vez es más “normal” encontrar a grupos de gente reunidos y completamente aislados, cada uno a su “chat”.
Jesús denuncia la hipocresía de sus contemporáneos: Se han perdido el momento presente. Siglos esperando al Mesías y son incapaces de reconocerlo, es más lo rechazan, cuando lo tienen a un palmo de sus narices. Pero eso es tiempo pasado. ¿Y hoy?
A veces da la sensación que, hasta la misma Iglesia, bandea entre una añoranza del pasado y la ensoñación de la Iglesia del mañana, cerrándose incluso con actitudes hostiles, de sospecha y desconfianza hacia los nuevos carismas que el Espíritu va suscitando.
Interpretamos con una precisión casi matemática el tiempo (meteorológico) y aun así nos puede pillar de improviso una “gota fría” (“Dana” le llaman ahora, que aunque le pongan nombre de cantante de “Eurovisión”, los estragos son los mismo) y nos despreocupamos del tiempo (“kairós”, tiempo de Dios); porque Dios sigue hablando en la historia y el primero de los mandamientos es “Escucha Israel…”
A veces me interpelo a mí mismo si no seré como Balaam, el personaje que aparece en el libro de los Números (22–24), que resultó ser más terco que su propia burra. Ésta fue capaz de ver al ángel del Señor que los invitaba a rectificar el camino y aquél obstinado cual “D. erre que erre” en seguir por la senda de la maldición. Vivir siempre con cara de vinagre, que dirían en mi pueblo.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. (Mt. 5, 8) Vegetar en una burbuja virtual embota la mente y endurece el corazón. Y con el corazón de piedra el otro es un adversario, Dios es el adversario.
El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida: ¡cuántas visitas de Él recibimos en los acontecimientos que a los que llamamos “adversidad”! (“adversidad” viene de “adversario”). Cuántas huellas, cuántas referencias, cuántos signos… en las personas, en la familia, en la enfermedad, en la tribulación, en definitiva, en la Cruz… La podemos tener colgada en el cuello y hasta de fondo de pantalla pero, como los discípulos de Emaús, no reconocer al Crucificado como compañero de camino. Y mientras vais de camino… escucha: ¿no arde tu corazón cuando interpretas los signos de los tiempos de tu vida desde la clave del Amor de Dios? Y para reconciliarte con tu historia, que yo sepa, todavía no hay ninguna “app”.