No quiero hacer ningún juicio al escribir sobre este tema, pero es un asunto que me lleva dando vueltas en la cabeza desde hace ya bastante tiempo. Han surgido, en los últimos tiempos, grupos que se denominan católicos –cosa que no dudo– y que acometen la labor de defender –y nos animan a participar en ello– nuestra fe, bien a través de manifestaciones, bien a través de demandas judiciales.
Asimismo veo una parte de la Iglesia con una predicación alejada de Cristo, muerto por nuestros pecados, pero resucitado para nuestra justificación y libertad y que busca el «espectáculo» en sus celebraciones para atraer a los fieles. ¿Cómo puede el cristiano hoy salvar esta sociedad? ¿Con manifestaciones? ¿Con juicios?. Jesucristo dice claramente: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda el solo, pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 24) y el profeta Isaías al anunciar al «Siervo» proclama: «Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días; su mano ejecutará el designio de Yahvé» (Is 53, 10b)
¿Está la Iglesia preparando cristianos con estas actitudes que actualicen la Misión de Jesucristo hoy? O por el contrario se mantiene en esa pastoral de conservación haciendo amenas las celebraciones para poder pasar un buen rato buscando «un pequeño calentón de nuestro corazón mundano». Insisto que no voy a ser yo –porque es posible que haya que hacerlo– el que diga si hay que ir a las manifestaciones o donar dinero para pagar las costas de los juicios, ni tampoco le voy a enseñar a ningún párroco cómo tiene que pastorear a su grey. Dios nos ha dado a cada uno dones y ya daremos cuenta de ellos. Ahora bien lo que sí voy a decir muy alto es que el cristiano de hoy para vivir esta palabra de Jesús y de Isaías necesita: VIDA INTERIOR, INTIMIDAD CON DIOS.
Este pasado fin de semana, volviendo con un grupo de chicos y chicas de participar en la «Javierada», paramos de vuelta en el convento de Iesu Communio en la Aguilera –provincia de Burgos– para rezar la hora nona y escuchar alguna experiencia de estas mujeres –guapas e inteligentes– que han decidido en esta sociedad de hoy, encarnar esta palabra. Al ver sus rostros –a semejanza de Moisés cuando salía de la tienda del encuentro– me vino a la cabeza una de las palabras que más me gustan en hebreo que es: Sejiná. Esta palabra es la única palabra femenina referente a Dios; viene de la raíz del verbo «morar, yacer, vivir dentro de» y que nosotros la traducimos por Presencia.
Esa Sejiná –que es Dios mismo– es esa «presencia de madre» que necesita –de la Iglesia– esta sociedad, hoy. Todos estamos cansados de discursos mentirosos, de manifestaciones, de despotismo, de violencias, de insultos… El rostro de estas mujeres reflejaba ese Dios de amor viviendo dentro de ellas y repartía en aquel locutorio –cual padrino en un bautizo lanzando caramelos–: sosiego, paz, verdad, sencillez, pero sobre todo alegría; esa alegría que no es «provisional»; que surge de estar en comunión con Dios y compartir con Él: «todo está bien hecho».
No sé si hay que ir a las manifestaciones o enviar denuncias, pero sí sé que esta sociedad de hoy está enferma, –poseída por el príncipe de las tinieblas– dolorida, maltrecha y necesita de un buen samaritano que se acerque sin temor y le salve. Busquemos esa vida interior y esa intimidad con Cristo para que sea Él, a través nuestro, el que nos cubra con su sombra y nos dé discernimiento para poder «manifestar» a Cristo vivo en nuestras vidas.
Ángel Pérez.