«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseéis y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”». (Jn 15,1-8)
Cristo es la vid verdadera, pero hay otras vides falsas, de las que el Padre no es el viñador. Nosotros hemos sido injertados en la vid verdadera por el bautismo. Más, ¿como puede no dar fruto un sarmiento injertado en la vid verdadera? ¿Acaso no fluye la savia por sí misma? ¿Acaso puede negarse a la acción en él de la gracia? He aquí el misterio: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, dice San Agustín. “Permaneced en mí, y yo en vosotros”. Esta es la clave. ¿Quien permanece en la vid? ¿Qué es permanecer en la vid?
Cuando podo mi limonero, a veces se quedan ramas cortadas en el árbol, y durante unos días no las distingo de las otras. Pero al cabo de los días se secan, se ponen duras y pinchan, ya no huelen, y las arranco y arrojo al fuego o a la basura. Así nosotros. arrancados del árbol de la vida, de la cruz de Cristo, estamos muertos como esas ramas, sin saberlo, y ya solo nos espera el fuego y la basura. “Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden”, dice Jesús.
Cristo es el pastor que huele a oveja, y nosotros, sus ovejas, queremos oler a pastor. “Sin mí no podéis hacer nada”. Le amamos porque Él nos amó primero, porque Él nos ama primero todos los días. Porque este amor gratuito es la savia que recibimos de la vid. Este amor de Dios manifestado en Cristo crucificado es lo que recibimos de la viña de su cuerpo, de la iglesia. Este amor que fluye a través de nosotros en nuestra vida, es el fruto de nosotros, los sarmientos.
¿Cómo permanecer el Él? Escuchando su palabra: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros…”, participando de su cuerpo y su sangre en la eucaristía, porque el que come de él no morirá para siempre; unidos a la viña, a su iglesia, a la comunidad de los hermanos, que no es un club de amigos, que es el Cuerpo de Cristo. ¿Y qué fruto daremos? El que Dios quiera, cuando Dios quiera, donde Dios quiera y como Dios quiera. No el que nosotros queramos, imaginemos o razonemos, sino el fruto que desde antes de la creación del mundo, el Padre, que es el viñador, tuvo a bien darnos gratis: el amor de Cristo.
Javier Alba