Dentro de poco tiempo nos costará explicarles a nuestros hijos cosas tan triviales como el uso de los sellos en el correo postal ordinario, la máquina de escribir con el papel de calco, la casete que rebobinábamos con la ayuda de un bolígrafo y un largo etcétera. El salto tecnológico que se ha producido en los últimos años es brutal, incidiendo más en unos campos que en otros. Sin duda alguna, uno de los campos en los que más se aprecia este desarrollo es en el de las comunicaciones. No entraremos a valorar el avance tecnológico producido ni los nuevos medios aparecidos, sino el efecto que está produciendo en la forma de comunicarnos entre nosotros.
No cabe la menor duda de que los hábitos de comportamiento en este sentido han cambiado en cuestión de pocos años de forma sorprendente, especialmente entre los jóvenes. Hoy día los jóvenes viven enganchados a dos niveles de existencia: el nivel virtual y el nivel real. El nivel real es el de las relaciones cara a cara o el de las relaciones cercanas, donde al menos podemos escuchar la voz de la otra persona en directo. Serían relaciones de tipo analógico,[1] donde aún conservamos o recibimos algo personal que nos habla de la otra persona, como, por ejemplo, su voz, su letra, su mirada; relaciones en las que no hace falta decir nada para transmitir, pues el cuerpo, el silencio o el contexto lo dicen todo.[2]
El nivel virtual incluye como universo comunicativo las redes tipo “Facebook”, “tuenti”, “twitter” o los “Messenger”, correos electrónicos o sistemas de mensajes cortos a través del teléfono. No cabe duda de las grandes ventajas que presentan estos medios en cuanto a inmediatez, capacidad y diversidad de información a transmitir, pero en este artículo me referiré a los peligros y posibles daños relacionados. En este universo se pierde lo analógico, cualquier parecido con la realidad puede ser esquivado. Los jóvenes se enmascaran a través de “nicknames” [3] o de fotografías cuidadosamente elegidas[4] para mostrar sólo el lado que interesa. Los sentimientos se enfrían detrás de un “emoticon” [5] que apenas nos llega a la epidermis.
Los jóvenes pueden llegar a sentirse incluso más cómodos en este tipo de relaciones que en las relaciones reales, pues es más fácil esconder los defectos y engrandecer o simular las virtudes. Les puede resultar más fácil sincerarse con alguien a quien piensan que no van a ver en su vida y que aparentemente opina como ellos. Es más fácil verter comentarios hirientes o agresivos con la coraza de estar al otro lado del ordenador, sin pensar en las consecuencias. En las redes interactivas los comentarios pueden realimentarse en el seno del grupo conectado hasta alcanzar grados que el atrevimiento particular no permitiría. Además hay que sumar que los malos entendidos, equívocos o acciones sin posible vuelta atrás son facilitados en este mundo de lo virtual.
cuando la máquina es el mejor amigo del hombre
Cada día crece el número de horas que un joven, ya desde los diez años, pasa delante del ordenador o teléfono inteligente, inserto en este paradigma de comunicación. Llevado al extremo tenemos los llamados “niños búnker”,[6] de los cuales ya ha aparecido en España algún caso. Jóvenes que deciden desligarse cada día más de la vida y se enganchan a un modo de estar en el que dejan de ser. Sin llegar a ese extremo, los jóvenes entre trece y dieciséis años pasan una media de 2,2 horas diarias delante del ordenador, cuyo 62% tiene un perfil asociado a alguna red social.[7]
Lo dramático de todo esto es que, a pesar de los avances tecnológicos y la evolución de los hábitos de comportamiento, el joven sigue siendo joven, la persona sigue siendo persona y con la misma necesidad de comunicarse y amar que hace miles de años. El ser humano, “creado a imagen y semejanza de Dios”, es un ser relacional que se define y se realiza en las relaciones, las cuales le abren a la posibilidad de amar. “No es bueno que el hombre esté solo”.[8] Por eso todo aquello que contribuya a la pérdida de relaciones humanas, despersonaliza y, consecuentemente, enajena a la persona. Las “relaciones líquidas” [9] proceden de la soledad y llevan a la soledad. El miedo al compromiso, a la cesión de parte de uno mismo que toda relación con el otro conlleva, al descubrimiento de las propias carencias y debilidades, a la cesión de la idolatrada autonomía y mal entendida libertad llevan a la persona a fabricar un mundo irreal a su imagen y semejanza. Un mundo en el que el aparente control coarta y cercena la posibilidad de crecer como persona, de amar y de ser en el mundo. Por ser como dios no soy ni persona y por lo tanto paradójicamente me alejo de la semejanza con que Dios me creó.
El ser humano es “capax Dei”,[10] lo cual, unido a la identidad de hijo de Dios, lo lleva a buscar a Dios, como decía S. Agustín, hasta el último aliento de vida. Nada de lo demás podrá saciarlo definitivamente, darle la felicidad perpetua salvo Dios. No obstante, el hombre puede encontrar esbozos, rastros del amor de Dios a través de las relaciones humanas, en las que es capaz de amar y ser amado. Puede encontrarse con Dios actuando en su vida. Lo contrario sería perverso, es decir insertar en el hombre el deseo de Dios y no poder aspirar siquiera a sentirlo levemente.
mendigar cariño, rehusar amor
Pues bien, en el tipo de relaciones a través de Internet, el joven puede sufrir este dramático desencuentro. Pues tiene sed de amor, necesita amar y ser amado y, sin embargo, busca saciar esa sed en un pozo que no le puede saciar. Esto lleva a los jóvenes a una ansiedad sin límites: dado que no saben si son amados, no se saben amando. Por ello es frecuente buscar de forma compulsiva con el ratón, o mediante el refresco de la página web oportuna, por si hay alguna novedad. Por si alguien ha contestado a mi último comentario, por si alguien ha visto las fotos que he colgado, por si alguien sabe que existo, por si alguien me dice algo agradable, por si cuento para alguien. Se convierte en una adicción, precisamente porque la contestación de alguien en la red es sólo probable, al contrario de las relaciones personales; y ¡quién sabe si alguien ha pensado en mí! Se distribuyen correos de forma compulsiva, esperando que alguien conteste “¡qué bueno que lo mandaste!”. Se hambrea cariño y se busca en lo virtual, en lo irreal, en una relación que no me expone y que, por lo tanto, no me implica. Se es capaz de vender la primogenitura por un plato de lentejas que ni siquiera huele, ni siquiera sabe, ni siquiera existe.
Todo ello supone un cúmulo de frustración, porque no amamos y dejamos de ser “amables”, es decir, atractivos para ser amados por esos otros. La inmediatez, lleva a no arriesgar, a no buscar metas a largo plazo sin un final seguro, a buscar la felicidad efímera y pasajera.
¿Cómo poder llegar así a lo íntimo de nuestro corazón, como experimentó S. Agustín,[11] para encontrarnos a nosotros mismos y a Dios? ¿Cómo podemos emprender en estos jóvenes el camino de la oración?, un camino arduo donde hemos de dejarnos hacer por Dios día tras día, aunque en la mayoría de las ocasiones no nos oigamos más que a nosotros mismos y experimentemos la sequedad ¿Cómo tener nuestra mirada puesta en la vida eterna? ¿Cómo calmar nuestra alma acelerada y jaleada? No se puede rezar a golpe de clic, a golpe de ordeno y mando, de pido y me das, de yo escribo tú contestas.
Por muchos cambios que haya a nuestro alrededor, el ser humano sigue sediento del amor de Dios, y Dios sigue esperándonos sentado “a la hora sexta” junto al brocal del pozo. A la hora de más calor, en el momento de las dificultades y sufrimientos de cada día,[12] imagen de la Cruz. Y tantas personas buscando ese amor en donde no está, dándose de cabezazos contra la pantalla del ordenador un día tras otro, “clicando” de forma compulsiva, pidiendo agua. Como dice el profeta:[13] “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”. No deja de ser irónico este comentario de Dios ante la infidelidad de su pueblo, irónico y al mismo tiempo terrible, pues pone al descubierto nuestro error.
[1] Por analógico no me refiero al tipo de datos transmitidos, pues sabemos que el sonido telefónico o la imagen pueden ser transmitidas en forma digital; me refiero al énfasis en lo análogo, lo parecido, lo que me remite al origen de los datos o información que recibo.
[2] Uno de los postulados sobre la comunicación humana, según la Escuela de Palo Alto, es que “es imposible no comunicar”.
[3] Pseudónimos
[4] Sin contar los casos en los que se ofrece una identidad falsa.
[5] Emotion + Icon. El National Telegraphic Review and Operators Guide en abril de 1857 documentó el uso del número 73 en Código Morse para expresar «amor y besos» (luego reducido al mensaje más formal «los mejores deseos»). Dodge’s Manual en 1908 documentó la reintroducción de «amor y besos» como el número 88.
[6] Niños que pasan días, incluso meses, sin salir de su habitación y utilizando las nuevas tecnologías como único medio de comunicación con el exterior. Dado su origen en Japón, el trastorno en grado extremo se denomina “hikikomori”.
[7] Fuente: Chidwise 2009
[8] Gn 2, 18
[9] El pensador polaco Zygmunt Bauman define como «relaciones líquidas» aquellas relaciones fugaces, etéreas, intensas y sin compromisos. Una definición precisa sobre cómo nos relacionamos hoy en día con gran parte de las personas que nos rodean, no dedicando tiempo a profundizar en el conocimiento de la otra persona, quedándonos en la capa superficial, y perdiendo así la oportunidad de aprender de los demás. Refuerzan esto el éxito de nuevos fenómenos como el «speed dating» (7 citas en 7 minutos), el «toothing», los foros, la mensajería instantánea o los portales como «meetic», «match.com».
[10] Tiene la capacidad de conocer a Dios, de encontrase con Él.
[11] Ver “Las Confesiones”, Libro X,27: “¡Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando. Me lanzaba todo deforme entre las hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste, y más tarde me gritaste, hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste, y con tu tacto me encendiste en tu paz”.
[12] Ver Jn 4, 6.
[13] Jr 2, 13.