Creo que nadie podrá negar la fortaleza que, hoy en día, alberga la ciencia y todo lo relacionado con ella. Gracias a la ciencia podemos comprender y explicar muchos fenómenos que, en un pasado reciente o remoto, según el caso, aceptábamos como enigmas insondables que parecían desbordarnos. Por otra parte, esa misma ciencia, convertida en aplicación práctica, ha penetrado contundentemente en nuestra vida cotidiana. Así, a través de lo que denominamos como ‘técnica’, las aplicaciones de los hallazgos científicos son patentes en todos nuestros hogares ¿Se imagina una de nuestras casas sin televisor, lavadora o microondas?
Más aún, y aunque no resulte tan evidente, esa eficacia se llega a manifestar a través del propio sostenimiento de la estructura de esos hogares, cuyos cimientos y pareces son también deudores de los cálculos matemáticos realizados por arquitectos, basándose en conocidas leyes físicas. De este modo, la ciencia constituye una de las más importantes producciones de la humanidad, y, salvo cuando se han podido generar desviaciones ilegítimas de su uso, hemos de ponderar los inmensos beneficios que reporta.
Con todo ello, aunque no se haya llegado a aquella situación que tanto preconizaba y deseaba Augusto Comte (1798-1857), abanderado del positivismo, a través de la cual, la ciencia iba a ser la nueva y única religión, y los representantes de aquella los nuevos sacerdotes que nos liderasen, algo de aquella profecía parece haberse establecido. De este modo, cualquier reflexión o afirmación, respaldado por la sentencia “la ciencia dice…”, parece estar cargada de un mayor halo de legitimidad, de tal modo que influye sobre nosotros favoreciendo que lo escuchemos con un cuidadoso grado de receptividad, asentimiento y respeto, cuando no, en ocasiones, de sensación de infalibilidad.
Cuando en cualquier programa de radio y televisión escuchamos la entrevista a un científico, se mastica en el ambiente ese tono de admiración —a veces, veneración—, por parte de ese entrevistador, que, un rato atrás, había sido el implacable paladín que se había enfrentado audazmente al destacado político del momento.
Pero, hasta un amante de la ciencia —como es mi caso— reconoce que solo se ama de verdad lo que se conoce en profundidad. Cuando no se llega a eso, como nos puede pasar con la verdadera esencia de la ciencia, corremos el riesgo de caer en idolatrías y mitificaciones no exentas de cierta irracionalidad. Por solo poner un ejemplo: ¿a qué nos referimos cuando alegamos que “la ciencia dice”? ¿Cuál es la fuente exacta desde la que fundamentamos la noticia? ¿A qué ciencia nos referimos?
esa cercana desconocida
A partir de aquí podría ser interesante realizar dos aclaraciones. En primer lugar, no toda afirmación emitida por un científico se ha de identificar con la Ciencia. Así, y aunque nos pueda parecer obvio, la potencia de una reflexión de un científico dado es proporcional a la cercanía de su afirmación respecto a la ciencia que domina. Dicho de otro modo, cualquier sentencia de un astrofísico respecto de la materia oscura —que se denomina “oscura” porque, al contrario que nuestra materia conocida, no interacciona con la energía electromagnética, y que integra el 26 % del Universo— es obligado escucharla con respeto y humidad. Pero, ¿poseería la misma fuerza intelectual su pensamiento respecto a una determinada ideología política, religión o cuestión que no fuera estrictamente astrofísica? Cuanto más se alejase de su ámbito, menor precisión tendría. Eso, por supuesto, sin mencionar que, aunque la ciencia se suele mover desde consensos —paradigmas y modelos— aceptados por la comunidad científica, siempre existirán debates internos sobre aspectos controvertidos de algunas disciplinas; con lo cual, ni tan siquiera han de coincidir, siempre y necesariamente, todos los astrofísicos.
Por otra parte, ante el adagio “lo ha dicho la ciencia” nos podemos encontrar con otra dificultad ¿Qué ciencia? ¿La química? ¿La paleontología? ¿La física? ¿La biología? Y, más aún, ¿qué biología? ¿La biología molecular o la biología de sistemas? Llegados a este punto, creo relevante aclarar que la ciencia no es una entidad única y monolítica, sino una inmensa estantería enriquecida con libros de distinto color y formato. De este modo, sabemos que cada ciencia particular —hablando con más propiedad, cada disciplina científica— tiene su propio objeto de estudio y metodología específica. Si comparásemos la ciencia histórica con la ciencia psicológica, respecto al objeto de estudio, podríamos decir que la primera se encarga del estudio de los sucesos ya acaecidos contextualizándolos en un espacio y tiempo determinados, para analizarlos y darlos un significado, y, la ciencia psicológica, se ocuparía del estudio del comportamiento humano —pensamientos, emociones, conductas—, enfatizando en su bienestar o tratamiento cuando pudieran existir alteraciones. A su vez, la historia se basaría en datos arqueológicos, testimonios orales y escritos, etc., mientras que la psicología se fundamentaría, entre otras metodologías, en el análisis de la conducta observable, la valoración objetiva de ciertas funciones en pruebas estandarizadas o la propia auto-manifestación subjetiva de la persona examinada.
De este modo, y siendo conscientes de lo variopinto del armario científico, se suele colocar a la física como el paradigma de la ciencia pura, por ser la más matematizada y poseer mayor grado de exactitud. Paralelamente, en la medida en que una ciencia dada se aleja de su fundamentación matemática, como podríamos decir de la sociología, se perderá en exactitud, y, por ello mismo, se aumentará en complejidad. Me explico: podremos predecir, fácilmente, que un bolígrafo se caerá al suelo si lo soltamos de nuestra mano (física), pero no podremos precisar si un grupo de personas que nos topamos de frente van a irse de vacaciones fuera o dentro de nuestro país (sociología). De cualquier modo, todas las disciplinas científicas son necesarias; lo que necesitamos es ser conscientes de sus posibilidades y limitaciones, para, entre otras cosas, no cargarles con injustos fardos que no llevan en su guión.
no todo lo técnicamente factible es éticamente realizable
Junto a todo lo dicho, si profundizamos en el apartado de cuestiones abiertas dentro de la ciencia —sigamos usando el singular por sencillez de discurso—, podemos constatar que existen una serie de cuestiones candentes que enriquecen su dinamismo y aportan mucha tinta de actualidad. Una de ellas sería su posicionamiento epistemológico o, dicho con otras palabras, lo que ella misma afirma respecto a sus posibilidades de conocer la realidad; así, encontramos desde un realismo crítico —me puedo aproximar con verosimilitud a las cosas tal cual son— hasta un mero instrumentalismo —no conozco la realidad pero mis deducciones implican aplicaciones prácticas eficientes—.
Otro ejemplo lo constituiría su diálogo con la religión, que, junto a ella —la ciencia— constituiría otra exclusiva manifestación del homo sapiens, a la vez que fuente de influencia universal y potencial humanizador. Para este debate, a pesar de contar con científicos divulgadores que se posicionan en contra de su compatibilidad —por ejemplo, Richard Dawkins—, parecen innegables y sólidos los argumentos que harían plausible esa mutua armonía, así como el elenco de científicos que lo han testimoniado en sus propias carnes. A su vez, el debate bioético va cobrando mayor protagonismo en la medida que se acelera el fulgurante progreso de la ciencia y la técnica, convirtiéndose en instancia crítica que invita a repensar sobre aquello de… “quizá no todo lo técnicamente factible es éticamente realizable”. A estos tres ejemplos, podríamos añadir otros muchos y derramar bastantes más renglones de tinta.
Pero, no quisiera terminar este recién inaugurado apartado de ciencia sin hacer mención de tres de los ámbitos más apasionantes de la actual producción científica. Por una parte, hemos de reconocer la actual preponderancia de la biología molecular, que, sin duda, supone el presente y futuro de la medicina. A través de sus investigaciones y hallazgos conocemos mejor el entramado del que estamos hechos, tanto por medio de lo que ha sido descifrar el genoma humano —el carnet de identidad genético del ser humano—, como de profundizar en nuestra tendencia biológica y heredada de cara a padecer una enfermedad concreta, y las consiguientes horas de laboratorio para poder combatirla.
Por otra parte, la física actual nos ha abierto las puertas a una serie de fenómenos distintos de los que percibimos en nuestra experiencia cotidiana. Cómo la materia se puede intercambiar en energía y, a la inversa, el modo de producir materia —partículas— a través de energía como se realiza en un gran acelerador de partículas; o, cómo el nivel microscópico está coloreado de un paradójico indeterminismo y azar, así como que el observador influye en la medición del propio objeto estudiado.
Finalmente, no podemos olvidar a la neurociencia, a través de la cual estamos desentrañando los mecanismos cerebrales que están en la base de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Mediante un cada vez más sofístico y preciso instrumental de imagen cerebral, que analiza la estructura y funcionamiento de ese enigmático kilo y medio de masa encefálica, vamos comprendiendo cómo cien mil millones de células nerviosas —neuronas—, creando un elegante ‘cableado’ de redes neuronales y conexiones —sinapsis— de un modo magistral, propician desde la creación de una irrepetible obra de arte hasta el sentimiento de admiración por contemplar una heroica acción solidaria, pasando por la capacidad de imaginar, haciendo casi real, cualquiera de nuestros deseos.
Si se animan a zarpar en esta nueva y apasionante aventura, aquí les espero.