Ciego para ver la Luz
por Victoria Serrano Blanes
A Antonio su ceguera le salvó de las tinieblas
A Antonio Mayor, madrileño de 40 años, casado y padre de 8 hijos, el Señor
le ha llevado a conversión. Como Bartimeo, el ciego de Jericó y como el de
la piscina de Siloé, Antonio ha recobrado la vista y ha reconocido en
Jesucristo a su Salvador. Pero a diferencia de los personajes del Evangelio,
Jesús le ha abierto los ojos del alma, aunque para ello le ha ido cerrando
los de la cara. “El perder día a día vista me estaba llevando a un encuentro
profundo con el amor de Dios” afirma con rotundidad.
Desde que tiene uso de razón no recuerda haber visto con nitidez. Esta
limitación le diferenciaba de los demás y a la vez le iba conduciendo, sin él
saberlo, a la búsqueda de algo más profundo, de una realidad celestial. “El
único sitio donde me encontraba con paz era en la capilla del colegio, allí
me olvidaba de la pelea diaria por ser el número uno, de tener que soportar
los motes denigrantes —confiesa—. Los compañeros me dejaban al
margen porque no les podía seguir en sus actividades. Me costaba estudiar,
ver la pizarra… Recuerdo que, de camino al colegio, divisaba la cruz y la
cúpula de la parroquia de San Antonio de la Florida y le pedía a Dios el
milagro de recuperar la vista”.
una vida superior a la discapacidad
Fueron años de sufrimiento vividos en soledad hasta que un buen día una
noticia cambió su existencia. “Cuando escuché en las catequesis que yo
para Dios era importante y sentí dentro de mí ese amor gratuito que estaba
por encima de mi discapacidad visual, me sentí especial”.
Y es que, pese a que el día a día resultaba duro de sobrellevar dada su
visión tan imprecisa, Antonio había encontrado lo que todo hombre ansía
en su vida. Ni más ni menos que la explicación a su dolor. “Empecé a descubrir
la finalidad de mi sufrimiento. Sin la discapacidad no hubiera conocido
a Dios. Por mi carácter me hubiera empeñado en ser el mejor y vivir
exclusivamente para mí”.
Sin embargo fue poco después, concretamente en el verano de 1987,
cuando sucedió lo que era de temer. A lo largo de un mes Antonio pasó
de los bultos y los colores hasta llegar a la ligera tela oscura que perciben
desde entonces sus ojos. “Cuando llegó ese momento me derrumbé. Tuve
que enfrentarme a mis miedos, pero sabía que no estaba solo. Mi familia se
desesperaba por verme en esta situación y busqué refugio en la Iglesia y
sobre todo en Dios”.
“A MIS HIJOS LES TRANSMITO QUE AÚN CON LA IMPERFECCIÓN
SE PUEDE SER FELIZ SI TIENES A JESUCRISTO”
—Entonces, ¿consideras que el Señor ha sido
injusto contigo?
—En absoluto. Merece la pena la oscuridad en la
que estoy sumido por la luz que tengo en mi
interior. De no haberme quedado ciego sería
egoísta, insatisfecho, un exigente con todos
como lo era conmigo mismo. La ceguera me ha
construido como persona.
perder vista para ganar amor
Como siempre, el Señor se excede en amor y
misericordia con sus fieles. Sus planes son superiores
a los nuestros. Si bien los pasos en falso no
se dan con los pies, tampoco la luz de Cristo se
aprecia con los ojos. “Una vez que pude descansar
en Dios, Él me concedió una mujer como
Marina, donde en ella se da el amor de Jesucristo
hecho carne. Me quiere tal y como soy, con una
entrega total, renunciando a sí misma”.
Antonio y Marina llevan casados 14 años y tienen
8 hijos. Los niños, aunque pequeños, son conscientes
de la limitación natural de su padre. “A
veces me puede la parte vieja de mí mismo y
siento no poder verlos, montar en bici y jugar al
fútbol con ellos —reconoce con voz trémula—,
pero sé que les transmito algo mucho más grande:
y es que, a pesar de la imperfección, se puede
ser feliz si tienes a Jesucristo”.
—¿Dónde están puestos ahora tus ojos?
—Es verdad que estoy limitado, que esta cruz es
dura, pero el amor que tengo no lo cambiaría por
nada. Sólo le pido a Dios envejecer con mi mujer
Marina al calor de su Palabra.
Ya lo anunció el profeta Isaías: “¡Animo no temáis!
(…) es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará.
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos”
(Is 35, 4-5).