Los términos “choque” y “alianza” de civilizaciones, más que contradictorios, son improbables por su vaguedad o carácter de flatus vocis, que dirían los clásicos: una Civilización que, además de “razón” y poso históricos, presenta un “catálogo” de formas de vivir, es un concepto desbordado por no pocas de sus propias complejidades y abstracciones y, por lo tanto, no puede chocar o asociarse con algo similar o distinto aunque, igualmente “vaporoso”. Lo de paz es muy distinto puesto que, según las Bienaventuranzas, siempre es posible la Paz entre las personas de buena voluntad.
Luego de recordar que musulmanes y cristianos podemos sentirnos deudores del Pueblo del que nació y en donde desarrolló su trayectoria humana Jesús de Nazareth, Hijo de Dios, sin incurrir en exageraciones en un sentido u otro, podemos ver en el Islam algo así como el revulsivo de la conciencia de su lugar y tiempo, lo que representó un progreso sobre una ancestral y bárbara forma de vivir de forma que el meollo de su discurso podía ser: Abajo todo lo anquilosado y acomodaticio; sois fuertes frente a un mundo que tiene lo que no le pertenece y que ignora la verdad de nuestro Corán; con toda la violencia que haga falta vayamos a ese mundo que es nuestro por ley natural: para justificar todas nuestras acciones nos basta “ir al Corán” y reconocer que Alá es Alá y Mahoma su Profeta.
Hacían ver que su doctrina y acción venían respaldadas por la “revelación” al Profeta de los profetas, luz para todos los idólatras e introducción a la verdadera fe para cuantos ya conocían la Biblia, la cual, según Mahoma y sus fieles, es verdadera en una parte y rechazable en lo que no coincide con el Corán. En especial, en todo aquello que se refiere a la venida de Dios al mundo en la persona de Jesús de Nazareth, profeta en el que creen los fieles musulmanes pero al que, muy al contrario de los fieles cristianos, consideran inferior a Mahoma y nada más que un simple hombre.
Al parecer, a Mahoma el monje arriano del que habla la historia no le pudo enseñar más que la propia versión arriana de la Doctrina y es así como no captó una de las grandes verdades que propugna el Realismo Cristiano: el Hijo de Dios, “substancialmente” igual al Padre y al Espíritu Santo, se hizo Hombre y, como tal, nació, “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Luc. 2,52), murió en muerte de cruz y resucitó demostrando ser el autor de la vida y el vencedor de la muerte.
NuestroSan Pablo lo entendió de tal manera que, sin tapujos ni rodeos, hizo de ello el fundamento de toda la fe católica: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios, que resucitó a Cristo” (1 Co 15, 14-15).
Bastante más de lo que se dice que el monje arriano transmitió a Mahoma es lo que creemos los católicos y, ciertamente, bueno es que nos esforcemos en potenciar lo que nos une para forjar la positiva paz entre comunidades de personas que no tienen porqué coincidir en todo para caminar pacíficamente en la misma dirección, máxime cuando adoran (adoramos) al mismo Dios Misericordioso. Es lo que se expresa en la siguiente Declaración del Concilio Vaticano II:
“Al respecto, recordemos cómo la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran también someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abrahán con quien la fe islámica gustosamente se relaciona. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María su Madre virginal y a veces también la invocan devotamente. Esperan además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto aprecian la vida moral y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente la mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres”. (Declaración “Nostra Aetate” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas del Concilio Ecuménico Vaticano II).
«Nadie debería usar la religión como excusa para acciones contrarias a la dignidad humana y a los derechos fundamentales» son palabras con las que el domingo 21 de septiembre de 2014 el Santo Padre Francisco ha corroborado magistralmente la Declaración del Concilio en Albania, país que con mayoría musulmana y en el que los católicos apenas llegan al 15 % , «demuestra que la convivencia pacífica y fructífera entre las personas y las comunidades de distintas religiones es posible y factible”.
Antonio Fernández Benayas