Destacado científico, literato y filósofo, Henry Bergson nació en París en 1859, de madre inglesa y padre exiliado polaco, ambos judíos. De joven llegó a ganar varios concursos de matemáticas, pero finalmente estudió filosofía, doctorándose en París en 1889 con dos tesis: Quid Aristoteles de loco senserit (escrita en latín) y Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, ambas de gran interés. Ha pasado a la historia como «el filósofo de la intuición».
Ejerció como profesor de enseñanza secundaria en varios Liceos. Obtuvo una cátedra en el Collège de France, donde sus conferencias alcanzaron gran fama. Fue miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, del Instituto General Psicológico de París y Presidente de la British Society for Psychical Research de Londres. En 1907 publicó su tercera gran obra: La evolución creadora. En 1914 fue aceptado como miembro de la Academia francesa y en 1928 recibió el premio Nobel de literatura. Durante la primera guerra mundial y en los años posteriores obtuvo varios encargos diplomáticos y viajó por varios países, entre otros España, donde habló en la Residencia de Estudiantes en Madrid.
Fue un gran admirador del pueblo español, del cual dijo en una ocasión: «España: un gran país, cuya actitud espiritual descubrí con gran maravilla. El más capaz, sin duda, de resistir al bolchevismo, en el cual yo veo la mayor amenaza para nuestra civilización».
encuentro con la Verdad
De ascendencia judía y educado en la tradición hebrea, Bergson se convirtió al catolicismo aunque quiso vivir y morir como judío —como dijo en su testamento— para participar de la suerte de los que habían de ser perseguidos.
La lectura de nuestros místicos provocó en él tan fuerte impacto que más tarde escribiría:
«Los que me han iluminado son los grandes místicos, tales Santa Teresa y San Juan de la Cruz: estas almas singulares, privilegiadas. Hay en ellas, lo repito, un privilegio, una gracia. Los grandes místicos me han traído la revelación de lo que yo había buscado a través de la evolución vital, y que no había encontrado. La convergencia sorprendente de sus testimonios no se puede explicar más que por la existencia de lo que ellos han percibido. Este es el valor filosófico del misticismo auténtico. El nos permite abordar experimentalmente la existencia y la naturaleza de Dios».
Cuando Bergson los leyó, encontró sobre todo «esa nota de realidad que no engaña, que distingue, desde el primer instante, con golpe seguro, la historia de un viajero que ha recorrido los países de que habla, de la reconstrucción artificial de estos mismos países hecha por alguien que no ha estado en ellos». Bergson, antes de esa lectura decía que solo poseía un «vago espiritualismo»; sin embargo, después manifestó: «Gracias a los místicos, hallé el hecho, la historia, el Sermón de la Montaña. Mi elección fue hecha, la prueba fue encontrada». De ahí que en 1937 dijera: «Nada me separa del catolicismo».
un legado de peso
Pero tal vez lo más sorprendente fue su influencia. Intelectuales como Charles Peguy —importante escritor católico de origen francés— atribuyen a la lectura de sus obras el primer paso precisamente para su conversión al catolicismo. Entre ellos también se encuentra el fundador del Camino Neocatecumenal junto con la española Carmen Hernández, Kiko Argüello, quien comenta en su reciente libro El Kerigma:
«En aquella situación, en medio de una oscuridad en la que nada me satisfacía, en la que todo se me había convertido en cenizas —también el arte, el sexo, etc. —, en la que nada me motivaba, tuve un rayo, un resquicio de luz. Leí a Bergson, un filósofo de origen hebreo, que dice que “la intuición es un medio de conocimiento de la verdad superior a la razón”. Pensé: ¿Y si Bergson tiene razón? Entendí que en el fondo yo era demasiado racional. Es decir, que si como artista preguntaba a mi intuición si estaba de acuerdo con el absurdo total de la existencia, descubría que algo dentro de mí no estaba de acuerdo con que todo fuera absurdo: la belleza, el arte, el agua, las flores, los árboles… ¡Algo no cuadraba! Así comenzó a aparecer Dios en el horizonte, era una luz debilísima, como una esperanza».
Bergson dice concretamente en su obra La evolución creadora:
«La intuición está ahí, sin embargo, pero vaga y sobre todo discontinua. Es como una lámpara casi extinta, que solo se reanima de tarde en tarde y apenas por unos instantes. Pero se reanima, ciertamente, cuando un interés vital está en juego. Sobre nuestra personalidad, sobre nuestra libertad, sobre el lugar que ocupamos en el conjunto de la naturaleza, sobre nuestro origen y quizá también sobre nuestro destino, proyecta una luz vacilante y débil, pero que atraviesa la oscuridad de la noche en la que nos deja la inteligencia».
Murió en París el 4 de enero de 1941. El Cardenal Suhard, arzobispo de París, consideró que había recibido ya el bautismo de deseo y autorizó expresamente que un sacerdote católico asistiera a su entierro y pronunciara las plegarias.
Son muchas las célebres frases que este destacado e influyente intelectual ha dejado para la posteridad, entre ellas: «Debemos obrar como hombres de pensamiento; debemos pensar como hombres de acción».
Alfonso V. Carrascosa
Científico del CSIC