Con la mirada fija en el misterio del Amor
Las palabras del profeta Isaías: «Sacaréis agua con gozo de los hontanares de salvación», que dan inicio a la encíclica con la que Pío XII recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su significado hoy. El costado traspasado del Redentor es el manantial al que debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo, y experimentar más a fondo su amor.
De este modo, podremos comprender mejor qué significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás. Dado que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega de Cristo en la Cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros.
Por otro lado, este misterio del amor de Dios no constituye sólo el contenido de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por tanto, el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el cristianismo. Sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz. La encíclicaHaurietis aquas recuerda que la herida del costado y los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez más incisivamente su vida.
El significado más profundo de este culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se considera más atentamente su contribución, no sólo al conocimiento, sino, sobre todo, a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su servicio. La mirada en el costado traspasado del Señor nos ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de ahí proceden, y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana, que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.
La fe, comprendida como fruto del amor de Dios, es una gracia, un don. Pero el hombre podrá experimentar la fe como una gracia sólo en la medida en la que la acepta dentro de sí como un don. El culto del amor de Dios debe ayudarnos a recordar que Él ha cargado con este sufrimiento voluntariamente por nosotros, por mí.Cuando practicamos este culto, no sólo reconocemos con gratitud el amor de Dios, sino que seguimos abriéndonos a Él, de manera que nuestra vida quede cada vez más modelada por Él.
El amor de Dios experimentado es vivido por el hombre como una llamada a la que tiene que responder. La mirada dirigida al Señor, que cargó con nuestras enfermedades, nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento de los demás. La contemplación en la adoración del costado traspasado de la lanza nos sensibiliza ante la voluntad salvífica de Dios. Nos hace capaces de confiar en su amor salvífico y misericordioso y, al mismo tiempo, nos refuerza en el deseo de participar en su obra de salvación, convirtiéndonos en sus instrumentos.
La respuesta al mandamiento del amor se hace posible sólo con la experiencia de que este amor ya nos ha sido dado antes por Dios. El culto del amor que se hace visible en el misterio de la Cruz constituye, por tanto, el fundamento para que podamos convertirnos en personas capaces de amar y entregarse, convirtiéndonos en instrumentos en las manos de Cristo: sólo así podemos ser heraldos creíbles de su amor.
Esta apertura a la voluntad de Dios, sin embargo, debe renovarse en todo momento: «El amor nunca se da por concluido y completado». La contemplación del costado traspasado por la lanza no puede ser considerada, por tanto, como una forma pasajera de culto o de devoción.