Pero no fue a ellos a quienes Dios eligió y les dio el camino de la ciencia; ellos perecieron por su falta de discernimiento, perecieron por su insensatez. ¿Quién subió al cielo para tomarla y hacerla bajar de las nubes? ¿Quién atravesó el mar para encontrarla y traerla a precio de oro fino? Nadie conoce su camino, ni puede comprender su sendero. (Ba 3,27-31)
¿Dónde está tu herencia…? ¿Dónde estás ahora Europa? ¿Por qué estás todavía en tierra extranjera?
¿Qué haces en ese erial sometida a las apetencias de tus enemigos? ¿Por qué te vemos arrastrándote mendigando un ápice de respeto y consideración? ¿Tal vez has despreciado el tesoro que graciosamente te regalaron? ¿Qué haces ahí ensoberbecida en tus anhelos, creyendo que eres libre, que vas a la vanguardia, que eres el espejo del mundo?. Y sin embargo, no te das cuenta de que tus deseos son de otros, de esos que te dominan y que te hacen creer en tus fantasías. Tal vez no comprendas que tus desprecios son argollas, que tu vanidad son los grilletes, que tu altanería es la celda donde te refugias. ¿Por qué sigues bebiendo de tu propia farsa?
“Escucha, Israel, preceptos de vida, aplica los oídos para aprender prudencia. ¿Qué es esto? ¿Por qué estás en tierra enemiga? ¡Has abandonado la fuente de la sabiduría! ¡Si hubieras caminado por la senda de Dios, habitarías en perpetua paz! Aprende dónde está la prudencia, dónde la fortaleza, dónde la inteligencia, para que a la vez conozcas dónde la longevidad, dónde la luz de los ojos y la paz”. (Bar 3,9-14).
Te fuiste llevándote la herencia. Y así has abandonado la fuente de la sabiduría. ¡Tantos años trabajando, llevando la bendición por esos senderos impracticables, anunciando la buena noticia a los hombres perdidos en las selvas! ¡Cuánto esfuerzo hicieron tus misioneros para llegar al más lejano y olvidado espacio en donde un hombre pudiera escuchar la Buena Nueva!
Todo esto, ¿quieres borrarlo de tu historia, como si no hubiera pasado? ¿Acaso quieres convencerte a ti misma de que estas no son tus raíces?
Muchos murieron por darte la vida, muchos fueron perseguidos, despreciados, anduvieron errantes, fueron insultados, difamados y muchos condenados a muerte para que tú encontraras la verdad. La sangre de los mártires fecundó tus tierras y dieron fruto, unas ciento, otras sesenta y otras treinta.
Eras un ejemplo para el mundo. Tú misma no quisiste guardarte para ti la perla preciosa ni ocultar al mundo esa sabiduría solo para tu deleite, sino que recorriste la tierra entera llevando a los necesitados, a los pobres, la salvación.
Y todo ese tesoro, el sentido de tu existencia, la inmensa sabiduría obtenida mediante el misterio de la cruz, la herencia adquirida de una vida eterna en la presencia del Creador, todo el ingente universo de dones recibidos del Espíritu Santo durante siglos lo has derrochado con prostitutas, has disipado la hacienda pensando que tu proyecto era mucho mejor que el que tenías en la casa del Padre. Tú, que eras coheredera de la más alta dignidad sobre la tierra como es ser hijo de Dios, has preferido vender tu primogenitura por un plato de lentejas. Despreciar lo imperecedero por el placer efímero de ser; y lo que es peor: de querer ser como Dios. Tú ya sabías que para ser hay que negarse a sí mismo. Para fructificar hay que morir.
Tu victoria siempre ha sido dar la vida; tu glorificación, el madero; tu historia, el Evangelio; tu bendición, la predicación; tu misión, anunciar la Buena Nueva, desvelar el amor de Dios que se manifiesta en el rostro de su hijo Jesucristo, muerto y resucitado por todos los hombres.
Y esta inmarcesible luz con la que alumbrabas al mundo entero la has agotado, la has esparcido entre los puercos, has lanzado esas perlas a sus pezuñas y estos las han pisoteado, y no te queda nada.
Toda la herencia cuidadosamente custodiada durante décadas, la has dilapidado en unos años viviendo disolutamente.
Y ahora no tienes donde apoyarte, donde descansar, donde tomar un plato caliente en las noches de frío invierno junto al brasero en la casa del Padre. Y te arrastras por el suelo para tomar algunas algarrobas y poder saciar tu hambre; bebes del abrevadero y tampoco sacias tu sed. Vives en tierra extraña, oprimida y esclavizada apacentando untuosos cerdos.
¿Por qué caminas con tu enemigo, el que te ha sometido a esa intemperie?. Pensaste que te iba a procurar, si cabe, más satisfacciones y placeres. Creíste que el enemigo te daría lo que urdías en tu razón, pero tu enemigo es más listo que tú.
Te fue llevando a su ámbito a través de la adulación, del regalo, de la mentira.
Y ahora lo has perdido todo. La meretriz te cortó la cabellera mientras dormías en el ensueño de tu misma fantasía.
Te hizo recostarte en la vorágine del hedonismo y mientras dormitabas imbuida en el halo de tu propia falsedad, te rasuró las trenzas que ibas atesorando con tanto mimo para el templo. Y te has quedado desnuda, escondida entre la arboleda, con la vergüenza amancebada en la piel.
Y tu Padre pasea por el jardín buscándote y te espera, y todos los días sale a la puerta del recinto, al camino que viene del desierto, a ver si te ve venir.
Pero no apareces, y día tras día, se vuelve a casa triste y desconsolado pensando qué te pudo ocurrir, por qué te fuiste, teniéndolo todo.
Por eso, ahora, solo te queda, o permanecer en tu propia mentira, intentando convencerte a ti misma y al mundo que te observa, de que eres feliz habitando la umbría; o levantarte de tus penurias, pensar que el más pequeño en la casa de tu Padre es más afortunado que tú, y ponerte en camino hacia el Oriente. “Donde te visitará un sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar tus pasos por el camino de la paz”. ¡Levántate! ve a tu padre y dile: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamada hija tuya.
Y tu Padre llamará a sus criados, te hará una fiesta, matará un novillo bien cebado, te pondrá una túnica de lino y un anillo en tu mano y habrá alegría en la casa de tu Padre, porque estabas perdida y has sido hallada, habías muerto y has vuelto a la vida.