«Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. Jesús les respondió: “Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”. (Jn 10, 22-30)
Enésima vez que interpelan a Jesús sobre si es o no el Mesías. En nuestra tierra tenemos un refrán que, más o menos, dice así: “El que mucho se despide nunca termina de irse.” Valiéndome de una analogía podemos decir: “El que mucho pregunta sobre un mismo tema, no quiere saber de qué va”.
Esto es lo que pasó con estos hombres. Han visto numerosos milagros, han ponderado su Sabiduría: “no habla como los demás maestros” (Mt 7, 28-29); han sido testigos de sus múltiples manifestaciones mesiánicas… ¡Para nada! Y es que no hay nada que repela tanto la Verdad como un corazón y un espíritu caprichosos. Esto fue lo que pasó con Israel, continuó pasando en la historia y… ¡nos puede pasar hoy a cualquiera de nosotros!
Nos centramos en la respuesta dada por Jesús. “Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en Nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas” (Jn 10, 25-26) Las obras que me veis realizar nos son mías, pues las hago desde mi Padre (en su Nombre). Ni siquiera el Evangelio que proclamo es mío, sino que es mi Padre quien me lo transmite.
Mucha es la mentira que el príncipe de este mundo ha sembrado y siembra sin cesar en el corazón del hombre. Por eso nos cuesta tanto abrirnos a la Verdad. Ante tanta falsedad sembrada, lo que no vamos a hacer es desanimarnos…, hagamos frente al padre de la mentira (Jn 8,44) fijando —como nos dice el autor de la carta a los Hebreos— nuestros ojos en Jesús, el que inicia y lleva a buen término nuestra fe (Hb 12,2), es decir, a su crecimiento, lo que llamamos la fe adulta.
Antonio Pavía