Misioneros Oblatos de María Inmaculada
Los Misioneros Oblatos de María Inmaculada son una Congregación fundada en Francia en 1816 por San Eugenio de Mazenod, y cuyo carisma y espiritualidad son esencialmente misioneros. La palabra “oblato” procede del latín y significa “el que se ofrece”. Enamorados de Cristo y su Iglesia, la ofrenda de los misioneros oblatos se concreta en la evangelización de los pobres, dondequiera que se encuentren; porque la alegría primero nace en el corazón y luego se exterioriza. Al poco de comenzar su andadura, se extendieron por todo el mundo. En España son varias las parroquias atendidas por ellos. Como muestra de su hacer y sentir nos hemos acercado a la parroquia madrileña Virgen Peregrina de Fátima, para, de la mano de los trece sacerdotes —de entre 37 y 91 años— que conforman la comunidad, conocer un poco más su vida y misión.
En un primer momento se llamaron Oblatos de San Carlos. Sin embargo, puesto que el fundador participó, siendo obispo de Marsella, en la promoción del dogma de la Inmaculada Concepción (1854), decidió conjuntamente con el Papa Gregorio XVI añadirle esta advocación mariana. Así, años antes de que el dogma fuera aprobado por la Santa Sede, la Congregación ya se hizo llamar Misioneros Oblatos de María Inmaculada, a cuyo amparo se han refugiado siempre.
el secreto para hacerse amar es amar
San Eugenio de Mazenod fue un noble francés al que, siendo niño, el triunfo de la Revolución francesa le obliga a huir con su padre a Italia. Cuando años después regresa a Francia, siente el deseo de consagrarse al Señor. Ya ordenado sacerdote, comienza a descubrir con estupor la nueva realidad social y religiosa, tan diferente de la que había conocido de niño, y siente premura por devolverle a su país las raíces cristianas. La persecución napoleónica había hecho estragos no solo en la Iglesia sino en la vida religiosa de las gentes. Con gran consternación observa cómo a los campesinos, los criados, mendigos, etc. —los excluidos— se les condena a vivir encadenados únicamente a las miras terrenales, eliminándoles cualquier atisbo de fe y esperanza.
Sin perder ni un minuto, su sensibilidad hacia el rostro sufriente del otro se concreta en el amor y la caridad hacia los jóvenes, y en las misiones populares por los pueblos de Francia que han perdido la fe. De una manera providencial se une a otros sacerdotes y decide fundar la Congregación. «Si veía que en tal lugar no había sacerdotes, allí mandaba a los suyos. Cuando el mismo clero le criticaba por andar entre los pobres, él les contestaba: “Prefiero que me pongáis verde vosotros a que lo haga el tribunal de Dios”. Y ese espíritu misionero lo hemos heredado nosotros», nos cuenta el P. Juan Manuel. «Nuestra vida está impulsada por el deseo de dar testimonio con la palabra y con los hechos de nuestro ser cristiano, y tratar de acercar al Señor a la gente con sencillez», añade el P. Ismael.
La Congregación se va extendiendo y, antes de su muerte, ya había cuatrocientos misioneros oblatos repartidos por los cinco continentes. Murió en 1861 y el Papa San Juan Pablo II lo canonizó en 1995. La Provincia en la que se encuentra España abarca países tan dispares como Italia, Sáhara, Venezuela, Uruguay, Senegal, Guinea y Rumanía, entre los que suman un total de 250 oblatos. En nuestro país los primeros misioneros oblatos llegaron a Madrid en 1882 como capellanes del convento de religiosas de la Sagrada Familia.
dejad a Cristo que hable al hombre
¿Quiénes son los pobres en el Tercer Milenio? ¿Cuáles los excluidos del siglo XXI? ¿Es su rostro herido muy diferente del de aquellos que llevaron al fundador a consagrar su vida para socorrerlos? Decía la Madre Teresa de Calcuta que la más terrible pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amado.Y esta es precisamente la plaga de nuestro tiempo; gente cuya fe se ha marchitado, que no encuentra el sentido de su vida, que sienten sobre sus espaldas el peso de una existencia fracasada… Pues bien, los oblatos salen a su encuentro a través de valores como la humildad, la sencillez, la hospitalidad y los acercan a Dios. A veces basta una palabra, una mirada, un gesto, una sonrisa para llenar el corazón del que sufre. «Transmitir el amor de Dios a través de la cercanía humana es nuestra principal misión: “Este cura me aprecia, soy alguien para él”. Si a la gente la tratas con cariño, aunque al principio esté reacia con la Iglesia, se relaja y pierde la agresividad. Y entonces la gracia de Dios puede actuar», explica el P. Juan Manuel.
«Nuestro carisma se concreta en responder a las necesidades más urgentes que vemos donde Dios nos ha puesto: en la parroquia, en Cáritas, en los enfermos, en los presos… Tenemos los tres votos habituales de castidad, obediencia y pobreza, y además un cuarto que es el de la perseverancia. Es decir, poner de nuestra parte para ir perseverando en la llamada del Señor. Todo es gracia, pero no podemos descuidarla», comenta la Hermana Asun.
El Padre Ismael tiene treinta y ocho años y es de Madrid. «Estuve unos años apartado de la Iglesia y me reenganché con las catequesis de Confirmación, formando parte del grupo juvenil de la parroquia. A los dieciocho años, cuando tenía que decidir si ir a la Universidad o qué hacer con mi vida, sentí que Dios me llamaba y opté por el Seminario. Los oblatos me contagiaron el deseo de ser misionero. Me llamaba la atención, sobre todo, su estilo de vida de comunidad y su radicalidad en vivir el Evangelio. He estado años como formador en la Casa de Emaús, en Pozuelo de Alarcón (Madrid), donde tenemos nuestro seminario mayor o Escolasticado. Desde hace unos meses soy el nuevo Provincial. Aunque prefiero campo, barrios, pueblos para estar más con la gente, acepto lo que Dios dispone para mí, pues sé que la misión se realiza donde Él pone a cada uno. Yo le pido a Dios que sea santo donde sea y como sea, y ya está».
si no soy yo, ¿quién?; si no es ahora, ¿cuándo?
El Padre Jean Marie tiene 37 años y es de Senegal, de donde ha llegado hace cinco meses. «Mis padres son católicos conversos, pero mi hermano y yo fuimos educados en la fe católica desde que nacimos. Mi familia es la única católica en el pueblo —los demás son musulmanes—, aunque nunca ha habido problemas de convivencia. Para ir a misa teníamos que andar muchos kilómetros, pero no nos importaba. Estudié en un colegio católico conducido por sacerdotes diocesanos y me llamaba la atención cómo eran, cómo trabajaban, cómo se querían… Que todos mis amigos fueran musulmanes hizo despertar en mí el gusto por conocer más a Dios y tomarme muy en serio mi testimonio de Cristo. Cuando conocí a los oblatos sentí la llamada a ser como ellos. Mi ordenación fue un acontecimiento para todo el pueblo. La misa se celebró al aire libre y los musulmanes también participaron. Al finalizar, muchos de ellos me pidieron la bendición. Las misas en África son muy animadas. Entiendo que depende también de la cultura; como es el africano de contento y alegre, así vive la religión. Para mí Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. ¡Es mi salvación! Como africano me duele mucho ver todos los conflictos que existen en Nigeria, en Mali…; pero sé que Dios está por África y en Él debemos poner nuestra esperanza. ¡No nos abandona!».
uno con Dios es mayoría
El Padre Juan Manuel es de Valle de las Casas (León) y tiene 73 años. «Desde los seis años ayudaba en la casa grande de labor de mis abuelos. Había vacas, yeguas, algún potrillo, gallinas…, y hasta los domingos se trabajaba. Yo era feliz yendo a misa diaria porque ese rato descansaba. ¡De todo se vale el Señor! Cuando venían de vacaciones, mis dos tíos oblatos —Pablo y Porfirio— nos contaban historias de la misión. Sobre todo este último; de cómo salía a caballo en Argentina a recorrer ranchos predicando aquí y allá sin parar. “Yo quiero ser oblato como los tíos”, les dije a mis padres. A los doce años entré en el seminario y a los veinticinco me ordenaron sacerdote».
«Todo me ha servido en la vida para aprender por dónde viene el aire. Estuve muchos años en una zona de montaña y minería de Asturias, donde fui párroco de diez pueblos. Llegué en el año 1977, en un momento de constantes huelgas en la minería. A los vecinos les llamaba la atención que no hiciera acepción de personas. Recuerdo que, al llegar a cada pueblo en los que celebraba misa, tenía que entrar en el “chigre” —así llaman a los bares en Asturias— y pedir la llave de la iglesia. Les sorprendía que no tuviera prejuicios contra nadie. “Si va a misa me alegro por usted, pero si no va, que Dios le bendiga también”, les decía yo. Eran relaciones humanas y si podían ser cristianas, mejor que mejor. Poco a poco me iba ganando su confianza. Que dijeran de uno “Este cura es un buen paisano”, era más que si te llamaran santo. Toda vida merece la pena, pero una vida entregada a Dios y a los demás es la que llena más. Estoy feliz siendo oblato. ¡No valgo para otra cosa!».
La Hermana Asun tiene 38 años, es de Málaga y desde hace diez es misionera oblata de María Inmaculada. Con gran entusiasmo nos cuenta cómo en el año 1997, ocho chicas de entre dieciocho y diecinueve años que participaban en pastorales de parroquias oblatas y sentían el deseo de seguir el carisma de San Eugenio de Mazenod, comenzaron la experiencia de vivir en comunidad al tiempo que cursaban los estudios civiles. Cuatro años después, en 2001, se aprueba la rama femenina de los M.O.I. como instituto religioso. «Es el mismo carisma, constitución y reglas; lo que cambia es que donde ellos tienen una “o” nosotras ponemos una “a”. En estos momentos somos 21 chicas de entre veintitrés y cuarenta y cinco años, y de cinco nacionalidades distintas. En Madrid hay dos comunidades y una en San Roque (Cádiz)».
«Después de mi Confirmación dejé de lado el grupo de jóvenes de mi parroquia; pero, cuando acabé la carrera, volví a integrarme. En el año 2002 fui a un encuentro vocacional sin ser muy consciente de que Dios me llevaba, como luego he podido ver. A raíz de ahí empecé a plantearme la vocación, aunque seguía poniéndole miles de obstáculos. La vida del mundo no me atraía; no me entusiasmaba nada la idea de buscar un trabajo, ganar dinero…, y finalmente decidí ir al noviciado. Estoy muy contenta siendo oblata».
nada contra Dios, nada sin Dios
Los oblatos, allá donde van, viven la caridad. Su presencia misionera y evangelizadora les ha merecido el apelativo de <<Misioneros especialistas en misiones difíciles>>; el deseo ardiente de llevar el Evangelio a quienes no lo conocen o han dejado de creer en él, los lleva a lugares tan inhóspitos como el Polo Norte el Sáhara. <<En el Aaiún tenemos una presencia fija desde que era colonia española. Cuando sucedió la Marcha Verde se mantuvieron allí y a día de hoy nadie les ha expulsado, aunque desde hace unos años solo permanecen dos oblatos fijos y un tercero temporal. En el Sáhara únicamente existen dos parroquias católicas, una en El Aaiún y otra en Tajla, y las dos son nuestras. Los compañeros hacen lo que pueden, pues está prohibido hablar de religión y política, ya que el 99,4 % de la población es musulmana y solo el 0,16 % es católica. En ellas se celebran misas todos los días, y los que acuden son en su mayoría personal de la ONU. Permanentemente hay en la puerta dos militares armados, vigilando quién entra y quién sale. La relación con los saharauis es muy buena, aunque no se comparta la fe. Precisamente el sacristán es un musulmán que hace años sufrió poliomielitis y los oblatos le llevaron a Canarias para ser atendido por los hermanos de San Juan de Dios. Tiene en gran estima a la Iglesia, pues sabe que sin ella no hubiera podido sobrevivir. En la zona de Rumanía donde estamos desde 1999 también el 95 % son ortodoxos y solo un 1 % católico».
Coinciden todos en que, para mantener vivo el fuego de la vocación, es necesaria la vida interior. «La intimidad con el Señor es fundamental; uno no puede dar lo que no tiene dentro de sí. Combato los engaños del demonio poniéndome a los pies de la cruz, como María. Hay un crucifijo en la capilla del santuario de Loyola que, si te pones a sus pies, descubres que el Señor te mira; pero, si estás de frente, no lo ves. Esa es para mí la imagen de lo que ocurre cuando me pongo a los pies de la cruz: el Señor mira lo que soy y no se asusta. Si Él me quiere así, yo también me tengo que querer a mí misma y a los demás. Esto me da mucha libertad», nos explica la Hermana Asun.
«Sin la oración no hay no nada que hacer. Es imprescindible para vencer las dificultades y el desánimo, que es una de las mayores tentaciones que tenemos. En nuestro caso, este nos viene por la falta de vocaciones; somos pocos y nos vemos obligados a cerrar casas —reconoce con tristeza el P. Ismael—: el ambiente en España es ahora más hostil para vivir la fe que cuando éramos críos; pero, cuando miro fuera de nuestras fronteras, sobre todo a África, recupero la esperanza».
«El futuro de la Congregación en Europa lo veo mal. ¡No sé que cruce de cables hay que se tiene miedo a responder a la vocación! Desde luego, si no hay vida interior, no puede haber vida exterior, porque se seca la fuente», apunta el P. Juan Manuel.
la mejor siembra
«Mártir» es una palabra griega que significa testigo, confesor. Hoy como ayer su sangre sigue engendrando nuevos cristianos al paso de los siglos. Esta es la gran paradoja: se elimina al mártir para que calle y lo que se consigue es que —al mostrar el poder de Dios amando a Cristo más que a la propia vida—su muerte hable más que su vida. «Es como la madera del sándalo, que perfuma también el hacha que lo golpea y lo parte», decía Primo Mazzolari, sacerdote y escritor italiano.
Son muchos los oblatos a los que se les ha arrebatado esta vida terrena por amor a Cristo y a su Iglesia, y que de algún modo participan activamente en la nueva evangelización. En Asia —Laos, Vietnam, India, China, etc.— y también en Australia son numerosos. Algunos de ellos han sido beatificados, como el que murió en el campo de exterminio de Munchaussen, y en el presente está en marcha el proceso de beatificación de otros mártires oblatos en Vietnam. En España, un abultado grupo de oblatos entre seminaristas y sacerdotes, y un laico que se encontraba con ellos en el escolasticado de Pozuelo de Alarcón (Madrid) fueron asesinados en 1936 y beatificados por Benedicto XVI en 2011.
«El martirio de nuestros veintiún compañeros oblatos y un laico muy cercano a ellos lo tenemos muy presente. Son nuestros modelos; casi todos nos hemos formado en el mismo seminario y solo nos distancian dos generaciones. Los sacerdotes que los conocieron nos han contado su testimonio con mucho sentimiento. Un superviviente ha dejado escrito: “Cuando estábamos gustando el momento en que nos iban a matar, queríamos pronunciar alguna oración y no nos salía. Sin embargo, lo que nos salía espontáneamente eran sentimientos de amor hacia Dios, de afecto hacia nuestros hermanos y de perdón hacia los que nos iban a matar. Así como una petición de perdón a Dios por nuestros pecados y debilidades», relata emocionado el P. Ismael.
Victoria Serrano Blanes