Dijo Jesús a sus discípulos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Entonces decía a todos: si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiere salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo? (San Lucas 9, 22-25).
COMENTARIO
Este fragmento de las palabras de Jesús tiene dos destinatarios distintos. Por una parte hay un mensaje a los discípulos, el más difícil de entender y asumir ya que comprende su condena a muerte y su resurrección, y otra llamada abierta a todos. Pero en ese destino genérico hay una apelación individual, a cada uno: “Si alguno quiere…”
Ahí hay una invitación a todos pero que estriba en la voluntad individual, la decisión personal, la “determinada determinación”, la opción por el seguimiento a Jesucristo.
Si alguno quiere, discípulo o no, seguir a Jesús, ir en pos de Él, que es el camino, puede saber con certeza lo que tiene que hacer; negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día y seguirlo a Él.
A los discípulos por Él elegidos (“llamó a los que quiso” Mc 3 13) les advierte del rechazo por el sistema religioso, la ejecución (que es mucho más que la muerte) y el incomprensible anuncio de su resurrección. En cambio a la gente en general – no al grupo de los discípulos – los deja libres para seguirlo o no, pero si se determinan a seguirlo hay un doble requisito, que puede verse como el anverso y el reverso de ese seguimiento: negarse a sí mismo (anularse, anonadarse, obedecer) y cargar con la cruz cada día. Cruz que, para cuando se escribió el Evangelio, tenía el valor existencial y la conexión con la de Cristo, que la tradición ha conferido a este instrumento de suplicio. Seguir a Jesús, que depende de la voluntad de cada cual, comporta renuncia a la propia auto realización (eso se intuye en la expresión negarse a sí mismo) y asumir las contrariedades, avatares y sufrimientos de cada día, renovando “cada día” su aceptación y acogida.
De modo que la cruz que se abraza tiene un contenido cambiante, día a día, y requiere una decisión personal de asunción, también cada día. No hay necesariamente una “cruz para siempre”, aunque eso nos pueda parecer ante dificultades físicas, relacionales, enfermedades, carencias, circunstancias etc. que no atisbemos su final, lo que si hay es una cruz de cada día, y sobre todo, una renovada voluntad de aceptación activada cada día. Esto es lo coherente con el “cada día tiene su afán”, “si hoy escucháis su voz” “día tras día te bendeciré”, “ el día al día le pasa su mensaje”, etc. y, sobre todo, “danos hoy nuestro pan de cada día”.
En un mundo de confusión generalizada, donde hay ecuaciones intrínsecamente falaces, como que felicidad es igual a libertad, que libertad es igual a diversas opciones, que la libertad libre consiste en transitar sin rastro de una opción a otra, etc. el camino de la cruz, que se presenta sin alternativas, sin sucedáneos, sin rebajas y sin retorno, aunque haya “caídas”, parece un absurdo y un atentado a la razón humana. Pero no; la libertad no consiste en mantenerse en el estado de reserva de libertad (disponible y abstracta, in potentia) sino en el ejercicio libre de los actos humanos (consumiendo la libertad en su efectivo empleo, in actu). Por eso conviene volver al principio: “Si alguno quiere…” La decisión libre está y radica en el querer o no querer, pero no en el configurar lo que se ha querido. El Señor lo deja claro; seguirlo a Él (frente a “otros” seguimientos, ineluctables esclavitudes) comporta asumir la cruz de cada día, que no es masoquismo sino esperanza en la resurrección con Él.
Tal vez pueda hablarse de dos clases de discípulos de Jesús; los que por propia iniciativa Él elige y los que lo eligen a Él. Pero el contenido es el mismo para unos y para otros. Cierto que a los discípulos se lo explicaba todo, y a los demás les hablaba en parábolas (Mc 4 34), pero en el seguimiento, como forma de vida iluminada por su personal compañía, no hay diferencia. Él es la garantía de la felicidad. La cruz de cada día, la perseverancia en su compañía, aunque la tempestad arrecie, es el único camino, por angosto y difícil que nos parezca. “¡Dichosos, pues, vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os digo de verdad que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.” (Mat 15 16-17).