“Muchos de los discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo hay algunos entre vosotros que no creen”. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Juan 6, 60-69
Nuestra época, nuestro siglo, nuestro mundo, es esclavo de lo políticamente correcto, del buenismo, del no decir la verdad por miedo a no ser aceptado y querido por los demás. Es triste oír declaraciones de cristianos, muchos de ellos pastores, callar o decir medias verdades, ante los medios de comunicación por miedo a los juicios. También nosotros en nuestro ambiente, en nuestro trabajo, en nuestra familia, callamos muchas veces por miedo a perder la estima de los demás. Somos cobardes. Y también podemos decir en nuestro interior: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” Y así por miedo a ser criticados por el mundo, criticamos a Cristo. Nos avergonzamos de la cruz de Cristo.
Jesús nos conoce, conoce nuestra debilidad y cobardía, como conoce a sus discípulos, y sabe quién no cree y quién le va a entregar. Ante esta realidad de pecado, Jesús nos dice: “nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Pidamos al Padre el don de la fe, el don del celo de anunciar el Evangelio sin miedo al mundo, a los hombres, sin miedo a perder nuestra fama, sin miedo a ser perseguidos por causa de la verdad y la justicia. No sea que por miedo al mundo, abandonemos a Cristo y dejemos de ir con Él.
Jesús que conoce nuestra debilidad y nuestro pecado también nos pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?” Que el Señor nos conceda en comunión con la Iglesia responder cada día como Pedro: “Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Esta es nuestra fe, este es nuestro testimonio, porque esta es nuestra experiencia a lo largo de nuestra vida y nuestra historia de salvación. Por eso no buscamos el aplauso del mundo. Por eso seguimos con Él.