«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”». (Lc 12, 49-53)
Cuentan ciertas lenguas, y no sé hasta qué punto será cierto, que hubo un grupo editorial que decidió sacar a la luz un periódico en el que solamente apareciesen “buenas noticias” o sea, “buenas nuevas”. Sinceramente, desconozco la situación financiera de la página web en la que estoy escribiendo, pero lo cierto, es que la susodicha publicación, dicen, fue una auténtica ruina: vende mucho más el morbo y las desgracias.
Por otra parte, cada domingo antes de iniciar la homilía, suelo hacer un breve comentario dialogado con los niños que acuden a la Eucaristía. Suelo empezar con la pregunta: “¿Sabéis qué significa ‘Evangelio’?”. “¡SÍÍÍ…!; ¡Buena Noticia!”, contestan (se lo saben de memoria). “¿Y cuál es la “buena noticia” de hoy?”, repregunto. Y suele pasar que, cuando tocan pasajes como el de hoy, se quedan mudos. Y no es para menos:
-“Que noticias me traes hoy?”. Pues, hombre… (y balbuceando se podría responder)… varias… y todas buenas: Tu casa está ardiendo, no salgas a calle porque hay conflictos y lo mismo te pegan un tiro… ¡Ah! y no intentes refugiarte en nadie de tu familia, porque los tienes a todos en contra. Esto es, poco más o menos, lo que, en una primera lectura, dice el pasaje de Lucas de la liturgia de hoy.
“Mirad: o el Evangelio es ‘buena noticia’ o no es ‘evangelio’ —replico persuasivamente a los niños—; así que, o me decís cuál es la buena noticia, o escribimos al Papa para que quite este texto del Nuevo Testamento”.
Quizás alguno de los más avispados, y teniendo en cuenta el primer párrafo del comentario de hoy viera el lado positivo y dijera: ¡Ánimo que hoy nos forramos vendiendo más ejemplares que nunca!. Nos falta portada para los titulares: “Arde el planeta”… “Comienza le Tercera Guerra Mundial» y hasta en noticias locales: “Nuevo episodio de violencia doméstica; y esta vez, múltiple.”
Pero yo, como el anuncio de ING, permíteme que te insista: O el Evangelio es “buena noticia” o no es “evangelio”. O esta página web “Buena Nueva” (punto “es”; o punto “mx” de reciente aparición en México) es “buena noticia” o tiene que cambiar de nombre. O esta sección “El Evangelio del día” es la “buena noticia”…, qué digo, ¡la mejor noticia del día! o mejor cancelarla. Aunque los 364 días restantes, este comentario fuese para esponjar el corazón y solamente hoy fuese para meter miedo o atormentar el espíritu sería suficiente motivo para cerrar definitivamente.
Pero, ¡no! El Evangelio es siempre “BUENA NOTICIA”. ¡Siempre! También hoy: “¡Ojalá estuviera ya ardiendo el mundo”!
FUEGO: Un concepto que hoy no significa lo mismo que hace siglos. Hoy el fuego se obtiene de manera casi mecánica: un fósforo, un click de un encendedor, y ya está. Recuerdo la película “En busca del fuego”, cómo este elemento es un bien precioso, y a la vez peligroso, que hay que custodiar como el bien que no te pueden robar, porque cuesta mucho volver a conseguirlo; y al mismo tiempo tenerlo bajo control porque puede ser peligrosamente destructivo.
En la Biblia, el fuego aparece como elemento purificador. Curiosamente la primera vez que aparece el fuego junto con un arma de guerra es en el capítulo 3 de Génesis, donde el Querubín custodia con una espada llameante el paraíso que Dios ha preparado para el hombre en la misma creación del mundo: fuego y espada para que no entre el fruto del pecado en lo que Dios ha concebido como destino de la Humanidad.
PAZ: “Shalom”. El deseo de todo pueblo. El deseo para todo hombre. Pero que no tiene nada que ver con él: “a mí que me dejen en paz” o, la paz “del cementerio”. “Shalom” es el saludo del Resucitado a sus discípulos: “Paz a vosotros”. Y desde aquel saludo no los dejó “en paz”.
Hay muchos pasajes en la Biblia donde el “fuego” aparece como elemento purificador: las lenguas de fuego de Pentecostés, el corazón ardiente de los discípulos de Emaús. El fuego que quema la cizaña tras haber sido separada del trigo, el fuego caído del cielo para purificar Sodoma y Gomorra por su falta de hospitalidad, el mismo con que Jesús no quiso castigar a Samaria aunque se negasen a acogerle (Cf. Lc 9,54).
Podría extenderme en cada uno de ellos; pero por la brevedad que exige este comentario quiero centrarme en una llama que cambió la historia de un pueblo, la historia de un hombre y, a lo largo de los siglos, la de toda la humanidad: la “zarza ardiente”.
Moisés vive “en paz”. Quedan atrás sus ajetreados días de juventud en palacio, queda atrás su episodio de matar a un egipcio y tener que huir. Fue un fugitivo, pero el tiempo lo cura todo y ahora se ha estabilizado, se ha aburguesado y, sencillamente, ”vive en paz”. Pero nunca mejor dicho, la cabra tira al monte. Y si la cabra va para arriba, el cabrero va detrás. Y de pronto el inesperado encuentro: “Descálzate porque pisas tierra sagrada”. “He visto la opresión de mi pueblo…”
¡Ojalá toda la tierra estuviese ya ardiendo y fuese una gran zarza donde pueda oírse la voz de Dios: “El clamor de mi pueblo ha llegado a mis oídos.”! ¡Ojalá toda la tierra fuese lugar sagrado donde descalzarse! ¡Ojalá nuestro deseo de “Paz” no nos deje en paz!
Que “la Paz” sea contigo… Esta.
Pablo Morata