Brittany Maynard, de 29 años, moría y acababa con las esperanzas de miles de personas que rezaban para que la joven encontrara la paz y el consuelo de Dios y abandonara la idea de provocar su propia muerte.
«Nos entristece conocer la noticia de la muerte de Brittany Maynard, esposa, hija y hermana de todos nosotros. Hemos rezado por ella, la hemos querido y nos hemos preocupado de ella durante su vida, y lo hacemos ahora, en su muerte. Que Dios, nuestro Padre Todopoderoso, perdone sus pecados y le dé el descanso y la paz en Su presencia en el Reino, dondeenjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor». Es el mensaje que colgaban en el muro de Facebook los responsables de la campaña de oración We love Brittany, que continúan rezando ahora por el eterno descanso de la joven.
Poco después de conocer su intención de suicidarse, el arzobispo de Portland (Oregon), Alexander K. Sample, había difundido una declaración pastoral sobre el suicidio asistido en la que denunciaba la mentira de esta expresión, que elimina la verdadera libertad del ser humano: «La autonomía verdadera y la libertad verdadera vienen solamente cuando aceptamos la muerte como una fuerza más allá de nuestro control. Nuestra vida y nuestra muerte están en manos de Dios, que nos creó y nos sostiene. Por el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Su Hijo, Jesús, sabemos que la muerte no tiene la palabra final».