Antes del Concilio Vaticano II identificábamos inmediatamente la presencia de Dios con la presencia del Señor en la Eucaristía.
No vale decir que yo hago bien a los demás y con eso basta
Un discípulo de Jesús lee el Evangelio, participa de los Sacramentos y vive conforme al mandamiento del Amor. El Evangelio no es simple guía de promoción humana ni la Iglesia es una ONG para el desarrollo
El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Ricardo Blázquez, ha escrito una carta con motivo del Corpus Christi en la que da un toque de atención sobre la poca importancia que algunos cristianos le dan a la Eucaristía.
«Una celebración litúrgica no se reduce a una representación artística» comienza la misiva del cardenal, «lo que se ve y se escucha nace de una hondura invisible», añade.
«Antes del Concilio Vaticano II identificábamos inmediatamente la presencia de Dios con la presencia del Señor en la Eucaristía» confiesa el presidente de los obispos españoles, y dice que la constitución sobre Sagrada Litúrgica habló «de diversas formas» de la presencia de Cristo en la Iglesia, pero la presencia eucarística «destaca por su intensidad» y por contener sacramentalmente «al mismo Jesucristo».
Recordando que el propio 23 de junio la Iglesia celebra el Corpus Christi, el cardenal Blázquez incide en que ante el Cuerpo de Cristo «nos postramos en adoración», no pasamos a su lado «inadvertidamente» ni lo tratamos «sin consideración ni respeto». Recuerda que lo recibimos en la boca o con la mano «respetuosamente». «No tomamos un pan común sino el pan convertido en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo» afirma el cardenal.
«¿Si alguien estuviera observándonos cómo comulgamos no tendría que concluir que en ocasiones nos falta el trato correspondiente al debido respeto y veneración?» pregunta con acierto al prelado español. «Cada domingo tenemos una cita con el Señor» dice más adelante, y recuerda que la misa es «como el corazón de la Iglesia», con lo cual «sin la Eucaristía no existiría la Iglesia».
Y siendo eso así, el cardenal continua preguntando: «¿Por qué desertamos tanto de la Misa del Domingo? ¿Por qué hasta los recién confirmados e incluso los niños que acaban de hacer la primera comunión faltan a la Eucaristía dominical habitualmente?».
«No vale decir que yo hago bien a los demás y con eso basta» afirma Blázquez, un cristiano «lee el Evangelio, participa de los Sacramentos y vive conforme al mandamiento del Amor» y concluye sentenciando: «el Evangelio no es simple guía de promoción humana ni la Iglesia es una ONG para el desarrollo».
Carta completa del cardenal Ricardo Blázquez
Fiesta del Corpus Christi
Una celebración litúrgica no se reduce a una representación artística que armoniosamente combina oraciones y cantos, gestos y movimientos, actuaciones de unas personas y otras, palabra y silencio, luz potente y luz tenue… Lo que se ve y se escucha nace de una hondura invisible, tiene una trascendencia de orden espiritual, está sostenido por una Presencia divina. Al entrar en el templo pasamos de la calle al espacio sagrado que nos acoge como ámbito de la celebración de la comunidad cristiana en la presencia de Dios.
Antes del Concilio Vaticano II identificábamos inmediatamente la presencia de Dios con la presencia del Señor en la Eucaristía. La constitución sobre la Sagrada Liturgia ha hablado, ampliando el panorama, de diversas formas de presencia de Cristo en la Iglesia, de las que la presencia eucarística en las “especies consagradas” del pan y del vino destaca por su intensidad, por contener sacramentalmente al mismo Jesucristo entregado por nosotros y glorioso para siempre.
Hay diferentes maneras de presencia que iluminan y preparan a la presencia eucarística. Cuando escuchamos en la celebración la Palabra de Dios, es el mismo Jesús quien nos habla e invita a darle crédito y acogerla en el corazón. El Evangelio de San Mateo recuerda diversas formas, conectadas entre sí de presencia de Jesús. Él es el “Enmanuel” que significa “Dios-con-nosotros” (cf. Mt. 1, 23); por la encarnación el Hijo de Dios vive entre nosotros. Más adelante Jesús promete: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 21). Y al final del Evangelio nos asegura: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt. 28, 29). En este marco general de la presencia del Hijo de Dios encarnado se sitúa la presencia del Señor entregado a sus discípulos como pan que es su Cuerpo para alimento: <<Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: “Tomad, comed: esto es mi cuerpo”>> (Mt. 26, 26). En la celebración litúrgica de la Eucaristía el mismo Señor nos da su Cuerpo.
El día 23 celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Es una fiesta, podemos decir, desmembrada del Jueves Santo en la que celebramos la institución de la Eucaristía. La Iglesia concentra su atención creyente, adoradora y misionera en la presencia sublime del Señor, que nos acompaña en nuestro camino. “¡Dios está aquí! ¡Venid, adoradores!”.
En esta oportunidad preciosa permitidme que recuerde algunas perspectivas de la fiesta del “Corpus Christi”. Ante el Señor en el Pan consagrado nos postramos en adoración. No pasamos a su lado inadvertidamente. No lo tratamos sin consideración ni respeto. Lo recibimos en comunión en la boca o en la palma de una mano de la que lo tomamos con la otra respetuosamente. Adorar significa acatamiento, concentración en el Sacramento de la mirada del rostro y del corazón. No tomamos un pan común sino el pan convertido en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Si alguien estuviera observándonos cómo comulgamos no tendría que concluir que en ocasiones nos falta el trato correspondiente al debido respeto y veneración?. Queridos hermanos, mirad cómo se refleja en nuestros gestos la fe en la presencia sacramental de Cristo.
Adorar significa literalmente “ad-ora”, es decir, unir nuestro rostro al Rostro invisible del Señor. La adoración implica unión en el amor; postrarse ante Jesús y reconocerle como hizo el apóstol Tomás, que anteriormente se había resistido a creer a sus compañeros que le aseguraban que habían visto a Jesús resucitado: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn. 20, 28). Adorar significa postrarnos con la vida entera ante el Señor como único Señor, como único Dios. Adorar implica renunciar a los “ídolos” y ponernos al servicio del Señor y por Él al servicio de los hermanos. El servidor reconoce al Señor, renunciando a ser el centro de todo. Nosotros vivimos “por Él, con Él y en Él”; Él es nuestro origen, nuestro camino y nuestra meta (cf. Rom. 11, 36).
La Eucaristía es como la fuente de donde manan la gracia y el amor del Señor y es también la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia. La Eucaristía es centro y fundamento de la Iglesia y del cristiano (cf. Const. De la Sda. Liturgia, 10 y 47). En la participación de la Eucaristía culmina la iniciación cristiana. A participar en la celebración de la Eucaristía estamos invitados todos los cristianos, de generación en generación, desde el comienzo de la historia de la Iglesia hasta hoy. Cada domingo tenemos una cita con el Señor. La Eucaristía es como el corazón de la Iglesia, el memorial de la muerte y resurrección de Jesús, el banquete para no desfallecer en el camino de la vida, el vínculo del amor cristiano, la prenda de la vida eterna. Sin la Eucaristía no existiría la Iglesia.
Siendo esto así, os formulo unas preguntas con inquietud pastoral: ¿Por qué desertamos tanto de la Misa del Domingo? ¿Por qué hasta los recién confirmados e incluso los niños que acaban de hacer la primera comunión faltan a la Eucaristía dominical habitualmente? Aquí tenemos una responsabilidad primordial los padres, educadores, cristianos, catequistas, sacerdotes, religiosos. Cuando alguien se distancia de la comunidad cristiana, se le enfría la fe, se difumina la fraternidad cristiana, se olvida el Evangelio, y se hace cada vez más difícil la reincorporación y el retorno. No vale decir que yo hago bien a los demás y con eso basta; un cristiano participa en la Eucaristía y la fe le abrirá la mirada para ver en el pobre y necesitado al mismo Jesucristo (cf. Mt. 25, 35-40). Un discípulo de Jesús lee el Evangelio, participa de los Sacramentos y vive conforme al mandamiento del Amor. El Evangelio no es simple guía de promoción humana ni la Iglesia es una ONG para el desarrollo.
“¡Dios está aquí, venid adoradores!”. Celebremos la fiesta del Corpus con fe y en fraternidad cristiana.